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Cómo adaptar la casa a las necesidades de los más pequeños

Publicado el miércoles, 21 de septiembre de 2016. Revisado el miércoles, 21 de septiembre de 2016.
Autor: Laura Estremera
Tiempo medio de lectura: 7 minutos y 10 segundos

Antes de que nazca un bebé, y desde la misma noticia del embarazo, este empieza a ocupar un lugar especial y comienza a crearse un vínculo. El bebé nace dependiente e inmaduro y necesita de nuestros cuidados para sobrevivir, aunque, poco a poco y gracias a la atención de sus demandas y al vínculo que forma con sus cuidadores principales, comienza a sentir la necesidad de explorar. Primero, desde la cercanía de sus figuras de apego que le trasmiten seguridad. Después, gracias a los avances en el desarrollo cognitivo y motor que se dan durante el primer año, el niño comienza a desplazarse y a querer explorar más allá sabiendo que cuenta con la confianza que le dan sus figuras de referencia y que, ante cualquier imprevisto, estarán allí para atenderle.

Emmi Pikler investigó el desarrollo motor de los niños pequeños. Fue directora de un orfanato en que los niños solían sufrir el “síndrome de hospitalismo” (los niños llegaban a enfermar, e incluso a morir, cuando estaban separados de sus madres durante largos periodos de tiempo y no recibían los cuidados afectivos adecuados). Mediante un cuidado personalizado y del movimiento libre, descubrió que los niños no solo no padecían dicho síndrome, sino que eran más autónomos, tenían más calidad de movimientos y no mostraban crispaciones. Todo ello, además, sin necesidad de que nadie les enseñase nuevas posturas, sino movidos por su propio interés y satisfacción. En definitiva, los niños aprendían a moverse por sí mismos, presentando al mismo tiempo un juego de calidad y un desarrollo favorable en todos los aspectos.

Por otro lado, María Montessori creó la “casa de los niños”, una escuela que acogía niños de 3 a 6 años en que todo estaba a su medida: las mesas, las sillas, los utensilios, etc. Algo que hoy en día nos parece tan normal y que podemos encontrar en cualquier colegio, no se había tenido en cuenta hasta ese momento. Con un ambiente preparado a su medida y a sus necesidades, los niños actuaban de forma autónoma, más libre, según sus intereses y sintiendo realmente que el espacio estaba pensado para ellos.

Piaget describió la inteligencia entre el nacimiento y los dos años como sensoriomotora, es decir, que gracias al movimiento, a las experiencias sensoriales y a la manipulación de objetos, el bebé era capaz de ir construyendo su inteligencia, pero siempre de forma activa.

En nuestro hogar también podemos llevar a cabo una serie de cambios para preparar la casa para el bebé y el niño pequeño. Con ello, disfrutará de más libertad de movimiento, más experiencias y mayor autonomía. No obstante, siempre debemos tener presente la parte afectiva y que, sin una adecuada base segura que le proteja, que le atienda y que le de seguridad y confianza, el niño no podrá salir a explorar el entorno.

El primer espacio para el bebé será el suelo, que podemos preparar con una alfombra o colocando un vinilo o tarima. El suelo le permite tener libertad de movimientos en función de sus posibilidades, observar el entorno, buscar la procedencia del sonido (no puede hacerlo desde una cuna con “chichonera” desde la que solo ve el techo), observar sus manos y piernas, ver pasar a sus padres o cómo entra el sol por la ventana, e ir ensayando posturas y movimientos. Preparar un espacio para el bebé no quiere decir que vaya a estar allí sólo, ni mucho menos. Debe ser un espacio compartido con la figura de apego que le ofrece la seguridad suficiente para poder ir descubriendo el entorno.

Sobre la segunda mitad del primer año, el niño comenzará a desplazarse y eso supondrá tener que adaptar el hogar eliminando peligros: tapar enchufes, quitar objetos que se puedan volcar o productos de limpieza, retirar durante un tiempo alguna figura preciada. Quizá sea el momento de recorrer la casa a gatas para descubrir los posibles peligros, necesidades, dificultades y obstáculos.

¿Y dónde lo puedo dejar si necesito hacer algo muy importante y peligroso para el niño? En el libro de Tim Seldin, Cómo obtener lo mejor de tus hijos, encontré una idea que quizá pueda ser útil. El libro proponía adaptar toda una habitación (la del bebé, por ejemplo) eliminando objetos sobre los que el niño se pudiera tirar o muebles que se llegaran a volcar y colocar una valla en la puerta. De este modo, en el caso de tener que dejar al bebé, este dispondría de unos cuantos metros cuadrados para explorar y moverse en libertad, y se evitaría el uso de aparatos que “retienen” al bebé o le impiden el libre movimiento.

La manipulación y el estar en contacto con los objetos es importante para el bebé y el niño, porque a través de ellos va descubriendo sus características, lo que le ayuda a ir comprendiendo el mundo (algo es suave, rugoso, caliente, frio, pesado, ligero, etc)

¿Cómo organizamos sus juguetes? Una opción es guardarlos todos en un gran cubo o caja. Sin embargo, esta opción tiene varios inconvenientes: las piezas se caen y los juguetes quedan incompletos, es difícil acceder a ellos y unos cubren a otros. Al final los niños acaban siempre jugando con lo que encuentran más arriba y olvidando lo que hay en el fondo. Es como como un armario revuelto en que se tuviera que estirar de la pernera de un pantalón para sacarlo. ¿Esa es la idea de orden que queremos trasmitir a nuestros hijos? En contraste, podemos escoger pocos juguetes (los niños no necesitan grandes cantidades) pero bien seleccionados, que se adecúen a las necesidades del momento, y disponerlos en estanterías bajas a su alcance. Cada juguete o material ha de tener un lugar asignado para que el niño sepa dónde lo puede encontrar y comprender también, poco a poco, dónde lo puede dejar para encontrarlo la próxima vez. De esta forma, transmitimos una idea de respeto por los materiales que se pierde al meter todo en una caja. Esta idea de orden puede trasladarse al salón o a otros lugares de la casa, ya que el niño necesita más lugares compartidos que una única habitación donde jugar solo.

Conforme el niño vaya creciendo irá demandando más autonomía, recorrerá toda la casa y necesitará, por lo tanto, otros “ambientes preparados” (como se define desde la filosofía Montessori). En el salón o en la habitación podemos colocar alguna silla y mesa a su altura. ¿Os imagináis estar siempre sentados en unas sillas gigantes donde os colgaran los pies y que necesitaseis de otras personas para subir y bajar? También podemos pensar en una percha en la que puedan dejar y encontrar su chaqueta, un lugar donde guardar sus zapatos o buscar la manera de que el niño pueda subir y bajar de su cama si esta es alta y no puede hacerlo por sí mismo. María Montessori no estaba de acuerdo con las cunas, ya que el niño era totalmente dependiente para utilizarla. Ella proponía sustituirla por un colchón muy bajo para que el niño pudiera subir y bajar a voluntad.

En la cocina podemos colocar un vaso a su altura con algún dispensador de agua para que beba cuando tenga sed, servilletas y sus platos. En el baño podemos habilitar un bidé o un lavabo con un elevador para que pueda lavarse cuando tenga necesidad, pañuelos para limpiarse la nariz, un cepillo de dientes, un espejo en el que pueda reconocerse e incluso un orinal, si es el momento.

Esta forma de preparar la casa, que tiene en cuenta las necesidades y los intereses del niño (no desde la imposición o la comparación), permitirá que, además de sentir el espacio como suyo, vaya desarrollándose en todos los sentidos. Desde el punto de vista motor, dispondrá de un espacio suficientemente amplio, sin aparatos que le limiten el movimiento, que le permitirá ir descubriendo su cuerpo, su movimiento y las oportunidades que este le ofrece para desplazarse. Desde el punto de vista cognitivo, la libertad de movimientos junto a la exploración de objetos y su manipulación, le permitirá jugar, concentrarse e ir desarrollando su inteligencia de una forma activa. Desde el punto de vista afectivo, un vínculo adecuado que atienda sus necesidades, junto con una espacio seguro para el bebé, le permitirá irse alejando progresivamente a explorar y conocer, de esta forma, su entorno, sus posibilidades y sus limitaciones, a aprender del error y a ir avanzando hacia una autonomía que cada vez será mayor.


Sobre Laura Estremera
Laura Estremera Bayod es maestra de audición y lenguaje, técnico superior en educación infantil y autora del libro Criando. Puedes consultar su blog de actividades para el primer ciclo de educación infantil en www.actividadesparaguarderia.blogspot.com y descargarte su libro de manera gratuita en http://www.bubok.es/libros/245841/CRIANDO

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