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Publicado el miércoles, 23 de agosto de 2017. Revisado el miércoles, 23 de agosto de 2017.
Autor: Liz Torres Almeida
Tiempo medio de lectura: 5 minutos
Damos por supuesto que después de parir necesitamos un tiempo para recuperar la intimidad de pareja, bien sea por lo que al cuerpo respecta (sangrados, sensibilidad, secuelas de intervenciones como cesárea o episiotomía...) como por la gestión del tiempo y el cansancio que trae consigo la llegada de un bebé. Y, de pronto, muchas nos encontramos con que nuestro deseo ha desaparecido. ¡Pum! Todas las demás dificultades administrativas son polvo porque sencillamente no tenemos ganas. Esta circunstancia puede crear tensión en la pareja en una etapa ya de por sí difícil por el reajuste que supone la ma/paternidad reciente. Especialmente, si la situación se alarga más de lo esperable y como no es un tema del que se hable, el tiempo que se espera suele ser menor del que en realidad es. Podemos pensar que siempre será así, que nos hemos quedado secas y que nuestra pareja está condenada al desastre. Pero en realidad no es un proceso extraño ni misterioso; es temporal y reversible.
Algunos autores se atreven a fijar un tiempo de trance. Así lo perfila Elly Taylor, investigadora, educadora y escritora australiana: «No es raro que una mamá no tenga interés por el sexo durante el primer año después del parto debido a las hormonas, el estrés o el agotamiento... especialmente si está amamantando. Si las parejas recibiesen información durante el embarazo sería más probable que no lo llevaran a lo personal, agravándose y convirtiéndose en algo amenazante para sus relaciones, y encontraran otras fórmulas de conexión».
De hecho, en 2015 se realizó un estudio en Australia con 1.507 madres, en el que el 89% de ellas describía problemas de salud sexual en los primeros 3 meses después de dar a luz y el 51% continuaba sin sentir deseo a los 12 meses. El estudio también revela que las preocupaciones más comunes en el posparto son, precisamente, pérdida de interés en el sexo, dolor durante las relaciones sexuales y falta de lubricación.
En cuanto al amamantar, es normal que las madres lactantes acusen más la ausencia de libido. Cuando se amamanta con frecuencia, lo normal es que la ovulación desaparezca por estrategia de supervivencia (traer otra cría demasiado pronto podría poner en peligro a la que ya existe en un entorno natural a las mamíferas que somos, así que la función reproductora se bloquea en la madre). Con ello, se reducen los niveles de estrógenos y la mayoría de estas madres presentan poco o ningún moco cervical. Evidentemente, somos mucho más que biología, pero no nos podemos desvincular de ella. Siempre me gusta remarcar que somos biología y también biografía. Esto quiere decir que a pesar de no estar ovulando y presentar sequedad vaginal podemos querer contacto genital, si bien es verdad que esta condición física puede hacer que el sexo nos resulte menos agradable. Nada que no se resuelva con un lubricante en el plano físico que, sin embargo, puede resultar un obstáculo a nuestras psiques. Porque todas esperamos lo conocido y relacionamos la humedad con la excitación. Más aún ellos, que pueden identificar la sequedad como una evidencia de desinterés. Aun a nivel inconsciente relacionamos estos conceptos al igual que la erección con el deseo masculino.
Independientemente de si la lactancia es materna o artificial, la dinámica de vida de los primeros meses después de tener una criatura conlleva una reducción de los escenarios de pareja y algún lastre psicológico extra. Por ejemplo, si estamos criando 24/7 es posible que nuestro rol de madre no nos deje reintegrar el rol de mujer sensual (y otros) previo a la maternidad con facilidad. Conforme avance el tiempo, todos nuestros prismas se reintegran en las personas multifacéticas que todas somos.
Lo cierto es que es realmente fácil caer en una dinámica nefasta por culpa de nuestro modelo sexual coitocéntrico. Tener intimidad es mucho más que penetrar, y mucho más que los mal llamados «preliminares» (que dirigen a la penetración, justamente). Así que si una mujer puérpera, oxitocínica perdida, no tiene ganas de ser penetrada y su pareja la acaricia, y entonces ella piensa que en veinte minutos habrá penetración, rechazará la caricia y la pareja.
También puede darse la situación contraria y que una mujer acceda a tener sexo sin ganas por miedo al deterioro de la relación o a cómo afecte a su compañero. Yo desaconsejo totalmente usar un parche así. Solo puede conducir a aumentar la insatisfacción de la mujer, a desconectarse de su sexualidad y de la experiencia de goce, afectando a su autoconcepto y, en definitiva, a la relación porque tampoco la pareja se siente satisfecha ante esta perspectiva. Si fingimos, hay engaño; si no fingimos y aún así quiere tener relaciones que nos desagradan, habría que plantearse qué clase de pareja tenemos. Los tiempos del «cumplir» deberían existir ya solo en los libros de Historia para no repetir errores.
Elly Taylor aconseja pensar en la intimidad como si fueran las capas de una cebolla, desde el exterior hacia dentro: «Comienza dedicando un tiempo a tu pareja, reconectando sólo a nivel de conversación, habla de cómo os va, deja que el afecto se manifieste espontáneamente. Si eso lleva al sexo esa noche, o esa semana, o el próximo mes... genial. Si no, por lo menos os sentiréis uno cerca del otro y, a menos que pase algo, tendréis sexo con el tiempo».
Es importante ser honestas con nosotras mismas y nuestras parejas. Saber que el parón del deseo es normal, hablar de ello, de cómo nos hace sentir y procurar que el otro se sienta querido y cuidado en este trance. Porque, a pesar de todo, si nos mantenemos pacientes y dejamos que el cuerpo siga sus procesos, todo esto pasará de largo, como las rabietas, las noches sin dormir y los cambios de pañal.
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Liz Torres Almeida es psicóloga, sexóloga y madre de dos niños.
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