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Publicado el martes, 13 de febrero de 2018. Revisado el martes, 13 de febrero de 2018.
Autor: Liz Torres Almeida
Tiempo medio de lectura: 5 minutos y 25 segundos
En el mejor de los casos, buscar un bebé es divertido. Si tenemos relaciones placenteras y además vemos resuelto nuestro deseo maternal, el proceso es fácil y gratificante. Pero, ¿qué ocurre cuando la búsqueda se complica, cuando cada regla es una decepción, cuando nos compramos tests de ovulación, apuntamos días fértiles y practicamos matemáticas con el deseo? Es posible que el sexo se resienta y que aparezcan sentimientos de culpa (como, por desgracia, es habitual en el terreno sexual) por hacerlo sin ganas. Y es que claro, en la era de la libertad sexual, eso de no ser fieras salvajes del éxtasis sexual nos suena rancio. Porque las relaciones se convierten en "deberes maritales", con todo lo modernas que somos y lo superado que tenemos "el cumplir".
La revolución sexual trajo consigo un cambio de paradigma brutal: donde había prohibición ahora parece haber obligación, del reproduccionismo obligatorio (sexo no antes y no fuera del matrimonio) al hedonismo obligatorio. Estamos de acuerdo en que gozar es bueno, es lo deseable y ojalá fuera sencillo. Pero hay lastres. Como todo en la vida general, la vida sexual no es siempre un camino de rosas y, a veces, por nuestras circunstancias particulares, hay lastres. La sombra de la incapacidad reproductiva puede serlo. Puede que hayan fallado demasiados intentos, naturales o asistidos. Puede que haya experiencias abortivas que estén minando el psiquismo de la mujer. Puede que todo se vea perjudicado por algún tratamiento médico asociado a este proceso que no es agradable para nadie y en muchos casos es directamente traumático. Cuando las dificultades pesan mucho y transcurren con incapacidad eyaculadora en el hombre o rechazo y culpa angustiante en algún miembro de la pareja, podría ser interesante acudir en busca de la ayuda de un terapeuta sexual o psicólogo perinatal para que pueda ayudar a plantear la situación. En otros casos, nos puede ayudar arrancarnos la culpa, observar objetivamente qué pasa con esa desgana, hacer el amor desde otro prisma y tratar de no darle al coito y al éxtasis una importancia que sí es antigua.
No hace tanto que el amor debía hacerse para procrear y obtener placer era secundario, casual y ni siquiera importante (especialmente para la mujer). Ahora el amor debe hacerse para disfrutar, para trascender, para estar completa. Menos mal, pero tampoco bien. Porque también hace falta darse permiso. Permiso para no alcanzar el nirvana en cada revolcón, permiso para pensar en que ojalá cuaje, para aparcar lo pasional y espontáneo entre que buscamos lo reproductivo, que también es un deseo sexual, biológico y psíquico. Darse estas treguas no significa sacrificarse y pasarlo mal. Está muy lejos de abrir las piernas para complacer al marido dos sábados al mes. Significa asumir que somos seres complejos en un proceso vital que nos orienta a una meta, que cursa con decepciones, mina el ánimo y repliega los placeres.
Si reducimos esa presión de llegar al coito y al orgasmo disfrutando como nunca, es muy probable que, en realidad, disfrutemos más. Si nos lo tomamos como un rato para acariciar la tripa, la vulva, con la mano, con la boca, besarnos, dar un masajito, cada cual en sus claves de pareja, donde el coito sea consecuencia natural de una conexión cómplice de la pareja que quiere tener un bebé, se ama, lo intenta, menstrua, sigue queriendo tener un bebé, se sigue amando, sigue comunicándose... sin empezar con todas las ganas de gemir y orgasmar, puede que acabando también sin haber gemido ni orgasmado. Planteando una etapa de relación a otro nivel, lejos de los ideales íntimos y sociales. Sin presiones ni obligaciones hedónicas. Sin culpa ni penitencia. Entonando el encuentro desde la perspectiva más amorosa del acto, de acompañamiento o proyecto de vida.
Científicamente se ha intentado demostrar cómo interviene el orgasmo femenino en la fecundación. Desde teorías que apuntan a que el relax después del orgasmo favorece el reposo y el reposo favorece la fecundación hasta la hipótesis “upsuck” (“prosucción”), que dice que las contracciones orgásmicas ayudan a que el útero succione el semen y lo desplace hacia las trompas. Los resultados arrojados por la investigación no son significativos, por lo que no está demostrado que orgasmar favorezca la concepción en absoluto (experimentos de Master y Johnson, citado en el libro The Case of the Female Orgasm: Bias in the Science of Evolution de Elisabeth Anne Lloyd). Sí que desencadena una respuesta hormonal que ayuda a reducir el estrés y sentirse, en general, vinculados y felices, y está claro que eso nos conviene. Pero la caricia sexual no orgásmica también impulsa ese sentir a nivel neurológico, al igual que comer chocolate si te gusta. En cualquier caso, nos beneficiaremos de un arroyo, si no es una cascada, de feniletilamina, endorfina y otras drogas buenas.
Por el contrario, la frustración sexual nos perjudica. La obligatoriedad hedónica también se vive típicamente en otras etapas de la sexualidad, como por ejemplo en los inicios de las relaciones sexuales adultas. Seguro que muchas podemos recordar perfectamente esas primeras experiencias en que debíamos ser buenas en la cama, hacer disfrutar al noviete, orgasmar (¡o multiorgasmar! o el más moderno todavía ¡multiorgasmar a chorros!) y contárselo a todas las amigas para dar envidia. Normalmente, resultaba un fiasco. Hasta que a fuerza de práctica, autoconocimiento y relativizar la importancia de ser una diosa sensual, se obraba el milagro. No siempre, ni multi, ni a chorros, pero ahí estamos.
En definitiva, la presión y la culpa siempre son enemigas del sexo. La culpa en lo sexual, a los dieciséis o a los treinta y cuatro, para ser sexy o para ser madre, es ya un concepto obsoleto. No deberíamos sentirnos culpables por tener sexo agenda mediante para intentar embarazarnos. La clave, entonces, es acercarse al sexo desde la humildad de unas expectativas moderadas, orientadas a la meta y tratando de disfrutar en el proceso, ya que estamos (cuando estemos, no hace falta disfrutar antes ni en cuanto nos bajamos las bragas), una vez tras otra, y si esta vez no, a ver la siguiente. Nos merece la pena. Ya llegarán tiempos mejores donde la preocupación gire en torno a la planificación anticonceptiva en todo caso, o en cómo apañar uno rapidito entre toma de teta y cambio de pañal.
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Liz Torres Almeida es psicóloga, sexóloga y madre de dos niños.
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