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Publicado el sábado, 19 de enero de 2019. Revisado el martes, 28 de enero de 2020.
Autor: Liz Torres Almeida
Tiempo medio de lectura: 6 minutos y 12 segundos
En mi anterior artículo sobre sexualidad en el posparto hablé, en general, sobre la disminución o ausencia de deseo en la mujer tras dar a luz, su influencia en la relación de la pareja y en el devenir psicológico de la mujer, y dimos por bueno que, muchas veces, la penetración como consecuencia del coitocentrismo es excesiva y que la relación sexual puede ir por otros derroteros y en sus propios tiempos de readaptación. Pero como en todas las generalidades hay quien se escurre de la norma, y algunos subgrupos más que otros. Así, aquellas mujeres que criamos a este lado del maternaje, que podemos llamar natural, consciente, respetuoso, apegado, etc, podemos sentir no solo que la penetración es demasiado, si no que una simple caricia o beso también puede serlo. Esta sensación también es temporal y fisiológica y, si la aceptamos y comprendemos, no tiene por qué suponernos mayor problema. Ni estamos amargadas, ni somos frígidas, ni vamos a retraernos por siempre jamás. Simplemente relaciona con nuestra elección maternal consciente, con nuestro modo de hacer lo mejor por nuestros hijos. Si no hubiera presión externa, nos sentiríamos bien con esta tregua erótica; por desgracia, las mujeres estamos llamadas a ser el tótem sexual de lo social, la buena mujer está dispuesta al sexo, lo busca y goza, lo acepta y lo vuelve a gozar, su actividad sexual es síntoma de felicidad y dicha, y su relajo es visto como patológico, señal inequívoca de amargura y tara. Y esa asignación nos pesa.
Tanto es así que, tradicionalmente, las mujeres privilegiadas han desplazado las cargas de crianza a esclavas y proletarias, a fin de mantener un estatus de bienestar esperado. Es decir, cutis descansado, tetas juveniles, disponibilidad sexual, eficiencia productiva (sea en el hogar, en sociedad, en empresa...) e incluso reproductiva, etc. Antes y ahora muchas mujeres han escogido senderos de crianza que alivian algunas responsabilidades en favor de otras. Bajas maternales mínimas para mantener la prosperidad profesional, biberón (antes nodrizas) en lugar de pecho, ayas, niñeras, salus, un modo de maternidad delegada que, por lógica, favorece que el rol de mujer prematernal esperable y deseable siga funcionando con la mínima perturbación. Por ser una elección de la mujer es totalmente respetable. Cada una elige su camino. Lo que no es respetable es que se nos exija a otras el mismo resultado cuando no aplicamos esa fórmula.
El caso es que si priorizamos la necesidad de la cría (pues consideramos que se trata de la necesidad fundamental a satisfacer), deberemos de tomar la decisión de enrolarnos con ella nosotras mismas o delegar a otra/s persona/s la relación con la cría en favor de mantener la sexualidad adulta que nos es exigida. Hay un coste en la elección. Una relación definitiva basada en la emoción con la cría implica muchas veces un cambio temporal en la relación adulta. Mantener la sexualidad adulta tiene el precio contrario, y surge de la razón construida en lugar de la emoción instintiva.
Las mujeres que criamos desde este lado tenemos que asumir que el coste del deseo es probable, aunque siempre haya excepciones. ¿Duele el parto? Hay mujeres que experimentan partos extáticos, orgásmicos y que disfrutan de una sexualidad plena respecto a la pareja en el postparto. A otras, parir nos duele y lo asumimos, no asignamos la experiencia como negativa, es lo normal. Pero no asumimos que sea normal no tener deseo sexual después. Porque nos sentimos mal, poca mujer, mala mujer, rota, que algo falla.
Sabemos que lo hormonal influye, la lactancia, la exterogestación. Pero no sólo. Hay mujeres que no dan teta y también sienten esta inapetencia. El tema tiene desarrollo más allá de la succión del pezón. Por ejemplo, si porteamos a nuestras crías, si las atendemos siempre que lloran, si las tenemos piel con piel, colechamos, las tocamos y olemos a lo largo de todo el día y buena parte de la noche, la situación es similar. En este escenario la relación sexual la estamos teniendo con la cría. Sí, es una sexualidad muy distinta a la adulta, pero es relación sexual. Es íntima, hormonal y placentera para la díada madre-hijo, es impulsiva, instintiva, esperable por naturaleza. Pero hacer el amor también cansa. Y comer. Y dormir. Hay un momento para decir «basta» a nuestros deseos. Con nuestras crías no siempre el stop es a nuestra elección; estamos dispuestas la mayor parte de las veces que nos piden piel, brazos, presencia. No es de extrañar, entonces, que en el momento en que el bebé duerme o juega fuera del regazo ya estemos saturadas de contacto. Excesivamente manoseadas. Acompañadas de más. Y en ese momento un roce de la pareja puede ser tan poco apetecible como una embestida fálica. Tal como suena, pues todo este entramado es sexo aunque no nos lo hayan contado así.
¿Es un sacrificio, entonces? Pues si no nos sale, no debería serlo. ¿Es un sacrificio no correr una media maratón si no tenemos ganas de salir? Cuando nuestra elección está clara y nuestra propia fisiología nos marca una apetencia o desapetencia, el sacrificio será hacer lo contrario porque nos lo impongan o nos lo autoimpongamos. Follar sin ganas, cumplir. Cuestión de exigencia y autoexigencia, entuertos sociales adquiridos como el miedo a los cuernos, por ejemplo. Y es que en otras culturas polígamas este asunto no es relevante en absoluto, pero en nuestro modo conyugal de hacer familia y pareja es cuestión de primer orden.
Eso nos lleva al papel de la pareja, cuando la hay, que es donde se tacha de patológica a la mujer no disponible sexualmente. A mí lo que me parece inadmisible es pensar que es normal que la pareja, que es persona (racional, socializada, más que un genital y una hormona, en principio), se queje de que no hay tema. La pareja, si está sana y es conveniente, tiene que entender y apoyar, sostener a la díada en su idiosincrasia particular, que además es concreta en el tiempo, por tanto, limitada. Va a pasar. No es para siempre. Tiene que entender que una madre reciente no solo es una mujer con sueño, que puede que su piel le esté cerrada por reformas. Y además, las ganas también dependen de cómo se sienta tratada y contenida, en definitiva, de cómo sea la complicidad en este nuevo reto relacional que es la ma/paternidad, porque ya sabemos que el sexo no es solo mecánica; de hecho, la mecánica no es más que porno y es bastante fácil. Así que es necesario educar a esa parte no gestante de la pareja; que se enfoque hacia la prioridad de la cría en lugar de a recuperar su espacio y su derecho sexual. Sería genial que esos referentes masculinos, gurús de la maternidad que nos enseñan a dar teta y a acunar a nuestros hijos, hicieran algo en favor de reeducar el papel del compañero. En cualquier caso, nosotras podemos hacer el esfuerzo de entendernos a nosotras mismas, bajar el nivel de autoexigencia por la expectativa que la sociedad tenga de nuestro sexo y sus placeres, cumplir menos hacia afuera y cuidarnos mejor.
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Liz Torres Almeida es psicóloga, sexóloga y madre de dos niños.
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