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Publicado el martes, 17 de septiembre de 2019. Revisado el martes, 17 de septiembre de 2019.
Autor: Alfie Kohn
Tiempo medio de lectura: 11 minutos y 46 segundos
Los maestros que apoyan la autonomía buscan la iniciativa del estudiante... mientras que los maestros controladores buscan la obediencia del estudiante.
- J. Reeve, E. Bolt y Y. Cai
No es que me lo hayan preguntado, pero mi proverbio favorito en español, atribuido al poeta Juan Ramón Jiménez, dice así: «Si te dan papel pautado, escribe del otro lado». De acuerdo con este sentimiento general, me gustaría comenzar mi contribución a este número de la revista cuyo tema es "Motivar a los estudiantes" sugiriendo que es imposible motivar a los estudiantes.
De hecho, no es posible motivar a nadie, excepto quizás a ti mismo. Si tienes la suficiente energía, puedes lograr que las personas, incluidos los estudiantes, hagan cosas. Para eso sirven las recompensas (por ejemplo, las calificaciones) y los castigos (por ejemplo, las calificaciones). Pero no puedes obligarles a que hagan bien esas cosas. «Puedes mandar a escribir, pero no puedes mandar a escribir bien», como dijo una vez Donald Murray, y no puedes hacer que quieran hacer esas cosas. Mientras más confíes en la coacción y los incentivos extrínsecos, de hecho, menos interés tendrán los estudiantes en lo que sea que hayan sido inducidos a hacer.
Lo que un docente puede hacer (de hecho, todo lo que un docente puede hacer) es trabajar con los estudiantes para crear una cultura en el aula, un clima, un plan de estudios que sustente y sostenga las inclinaciones fundamentales que todo el mundo posee: comprenderse a sí mismo y al mundo, ser cada vez más competente en tareas consideradas relevantes, y conectarse (y expresarse) con otras personas. La motivación, al menos la motivación intrínseca, es algo que se debe apoyar o, si es necesario, reactivar. No es algo que podamos infundir en los estudiantes al incidir sobre ellos de cierta manera. Puedes toquetear su motivación, en otras palabras, pero no puedes "motivarlos". Y si crees que esta distinción es meramente semántica, entonces me temo que no estamos de acuerdo.
Por otra parte, lo que los maestros claramente son capaces de hacer con respecto a la motivación de los estudiantes es matarla. No es que sea una posibilidad teórica; está pasando ahora mismo en más aulas de las que podemos imaginar. Por lo tanto, aun siendo consciente del imperativo de "escribir del otro lado", me gustaría ser más específico acerca de cómo un profesor con inclinaciones perversas podría, de hecho, destruir el interés de los estudiantes por leer y escribir. Ofreceré seis sugerencias rápidas, y luego me detendré en la séptima.
1. Cuantifica sus tareas de lectura. Nada contribuye más al interés por leer del estudiante (y a su dominio) que la oportunidad de leer los libros que él o ella ha elegido. Pero es fácil socavar los beneficios de la lectura libre. Todo lo que necesitas hacer es estipular que los estudiantes deban leer un cierto número de páginas, o durante un cierto número de minutos, todas las noches. Cuando se les dice cuánto leer, tienden simplemente a “pasar las páginas” y a “leer a el número indicado de páginas y parar”, dice Christopher Ward Ellsasser, un profesor de secundaria de California. Y cuando se les dice durante cuánto tiempo leer, una práctica frecuente entre los profesores de los estudiantes más jóvenes, los resultados no son mucho mejores. Como informa Julie King, madre, «ahora se espera que nuestros hijos lean 20 minutos cada noche y lo anoten en la hoja de tareas. Lo que los padres están descubriendo (sorpresa) es que esos niños que solían sentarse a leer por placer, que se perdían en un libro y a los que había que decirles que pararan para comer, jugar o lo que fuera, están ahora programando el temporizador... y parando cuando suena la alarma. Leer se ha convertido en una tarea rutinaria, como cepillarse los dientes».
2. Haz que escriban informes. Jim DeLuca, maestro, lo resumió así: «La mejor manera de lograr que los estudiantes odien la lectura es hacer que te prueben que han leído. Algunos maestros utilizan hojas de registro en las que los estudiantes registran en qué página han empezado y en cuál han acabado en el tiempo de lectura. Otros docentes usan informes de libros u otros trabajos, los cuales son fácilmente falsificables y casi no requieren lectura. En muchos casos, estos deberes hacen que los estudiantes odien el libro que acaban de leer, sin importar cómo se sintieron al respecto antes del trabajo.»
3. Mantenlos aislados. He estado en el mismo grupo de lectura durante 25 años. Leemos sobre todo ficción, tanto clásica como contemporánea, a razón de casi un libro al mes. Me estremezco al pensar las pocas novelas que habría leído durante ese tiempo, y cuánto menos placer (y perspicacia) habría obtenido de las que hubiera logrado terminar, sin la compañía de mis colegas lectores. Los suscriptores de esta revista probablemente estén familiarizados con los círculos literarios y otras formas de ayudar a los alumnos a crear una comunidad de lectores. Desearías evitar tales innovaciones, y hacer que los niños lean (y escriban) sobre todo por su cuenta, si tu objetivo fuera hacer que pierdan interés en lo que están haciendo.
4. Enfócate en las habilidades. A los niños les encanta leer cuando se trata de algo significativo, cuando confrontan directamente ideas provocativas, personajes cautivadores y una prosa deliciosa. Pero ese amor nunca podrá florecer si todo lo bueno es eclipsado por prestar demasiada atención al mecanismo o, peor aún, al vocabulario aprobado para describir ese mecanismo. Saber la definición de ironía dramática o pentámetro yámbico tiene la misma relación con la capacidad de leer y escribir que la memorización del peso atómico del nitrógeno con la ciencia. Cuando miro atrás, en mi breve carrera como profe de inglés en secundaria, creo que habría tenido mucho más éxito si hubiera hecho muchas menos preguntas con una sola respuesta correcta. Debería haber ayudado a los niños a sumergirse de cabeza en el reino de la metáfora en lugar de perder el tiempo en cómo una metáfora difiere de un símil. «La escuela enseña que la alfabetización es un conjunto de habilidades, no una forma de vincular a una parte del mundo», como recogieron recientemente Eliot Washor y sus colegas. «En consecuencia, muchos jóvenes llegan a asociar la lectura con la escolarización en lugar de aprender más sobre lo que les interesa.»
5. Ofréceles incentivos. Decenas de estudios han confirmado que las recompensas tienden a provocar que las personas pierdan interés en lo que sea que tengan que hacer para conseguirlas. Este principio ha sido replicado con muchas poblaciones diferentes (géneros, edades y nacionalidades) y con varias tareas, así como con diferentes tipos de incentivos (dinero, comida y halagos, por mencionar algunos). Puedes lograr que los alumnos lean un libro plantándoles delante una recompensa, pero es probable que su interés en la lectura se evapore o que arraigue, en el caso de los niños que tienen poco interés por iniciarse, porque has enviado el mensaje de que la lectura es algo indeseable (¡Bah! Si fuera divertido, ¿por qué me sobornarían?). Elaborar programas comerciales (como Accelerated Reader o Book It) puede ser la mejor manera de enseñarles a los niños que la lectura no es placentera en sí misma, pero las notas funcionarán igual de bien en todo caso. Puedo decir que cada estudio que ha examinado las notas y la motivación intrínseca ha demostrado que las primeras tienen un efecto negativo sobre la segunda.
6. Prepáralos para los controles. Del mismo modo en que la evaluación de un maestro puede ser igual de efectiva a la hora de eliminar su motivación que los programas de incentivos importados, la evaluación de un maestro puede defenderse frente al examen estandarizado de su estado. No es el control en sí lo que hace el daño; es todo lo anterior. Heidegger dijo que la vida se vive hacia, fundamentada por y en anticipación de la muerte (Sein zum Tode). Por analogía, en un aula donde el aprendizaje siempre apunta a una prueba (Lernen zum Examen?), las ideas y el acto de leer se experimentan como un medio para un fin. Eso, por supuesto, genera exactamente el mismo efecto creado por las recompensas, así que, si en tu clase enfatizas los controles y las notas, el daño se duplica efectivamente. Y si esos controles y notas se enfocan principalmente en memorizar hechos y dominar habilidades mecánicas, pues bueno, has ganado el premio gordo de la creación de una clase repleta de no lectores.
7. Restringe sus elecciones. Los maestros tienen hoy menos autonomía que nunca. La versión predominante de la reforma escolar, con su énfasis en "rendir cuentas" y el uso de estándares muy específicos en base a los exámenes, parte de la premisa de que a los maestros se les debe decir qué y cómo enseñar. Al mismo tiempo, este movimiento confunde excelencia con uniformidad ("Todos los estudiantes de segundo curso…") y con la pura dificultad (como si lo que es más "estricto" fuera necesariamente mejor). Ahora está llegando a su máximo mediante una iniciativa para imponer los mismos estándares básicos en cada aula de cada escuela pública del país. Este esfuerzo ha sido principalmente patrocinado por ejecutivos corporativos, políticos y productores de tests, pero, vergonzosamente, ciertas organizaciones educativas, incluida la NCTE, no se han opuesto. En cambio, han aceptado con entusiasmo cualquier rol limitado en el diseño de estándares permitidos por los patrocinadores corporativos, dando así la impresión de que este enfoque escolar prescriptivo y único goza de la legitimidad y del apoyo de los educadores.
Este panorama, que precede y trasciende a los estándares nacionales, tiene un control descendente en toda la cadena educativa, desde legisladores y funcionarios escolares estatales hasta juntas escolares, superintendentes, directores y maestros. Eso significa que la pregunta fundamental para los docentes, una pregunta moral además de práctica, es si tratarán a los estudiantes de la misma forma en que ellos mismos son tratados... o de la forma en que desearían ser tratados.
Aquellos que eligen esto último, un enfoque de "trabajando con", adquieren el compromiso de facilitar a los alumnos la toma de decisiones siempre que sea posible. Los docentes que eligen lo primero (un enfoque de "hacer lo que se debe hacer") pueden, como digo, seguir el ejemplo del estilo de gestión de quienes intentan microadministrarlos. Por otra parte, pueden estar reproduciendo las aulas centradas en el maestro con las que están familiarizados. O, tal vez, solo les resulta difícil renunciar al control. Los experimentados educadores Harvey Daniels y Marilyn Bizar lo plantearon de manera bastante provocadora: «Seguramente los docentes no habrían elegido su profesión en principio si, en algún nivel psicológico profundo, no ansiaban acaparar atención. Es probable que el hambre de 'enseñar realmente algo' descarrilara más innovaciones centradas en el estudiante que la combinación de cobardía administrativa y la editorial de libros de texto.»
Mea culpa. Cuando me dedicaba a la docencia, casi todas las decisiones de clase las tomaba unilateralmente: qué leerían los alumnos, en qué formato responderían a las lecturas, cómo se evaluaría su aprendizaje, cuánto tiempo se dedicaría a un libro o tema, si la tarea se haría en grupos pequeños o toda la clase junta, cómo se resolverían los conflictos, si la tarea era realmente necesaria (y, de ser así, cuándo se haría y que nota costaría), cómo distribuir los pupitres y qué información pegar en las paredes. Si soy sincero, nunca se me ocurrió preguntar en lugar de mandar. Para eso era mi clase, ¿no?
Bueno, sí, lo era, pero no porque tuviera que ser así, si no porque me reservaba todo el poder. Y eso convirtió a mis alumnos en más mediocres.
La triste ironía es que, a medida que los niños crecen y se vuelven más capaces de tomar decisiones, tienen menos oportunidades de hacerlo en las escuelas. En algunos aspectos, lo cierto es que los adolescentes tienen menos que decir sobre su aprendizaje y sobre los detalles de cómo pasarán cada día en la escuela, que los niños de educación infantil. Por lo tanto, la escuela secundaria estadounidense promedio es una excelente preparación para la vida adulta... asumiendo que uno vive en una sociedad totalitaria.
Cuando los padres preguntan: «¿Qué has hecho hoy en el cole?», a menudo los niños responden «Nada». Howard Gardner señaló que probablemente tengan razón, porque «la escuela típica hace a los estudiantes». Este tipo de pasividad forzosa es particularmente característica de las aulas donde los estudiantes son excluidos de cualquier voz en la formación del plan de estudios, donde están en el extremo receptor de conferencias y preguntas, tareas y evaluaciones. El resultado es una ausencia notable de pensamiento crítico y creativo, algo de lo que (¡atención, ironía!), probablemente, los maestros más controladores culpen a los propios estudiantes, que se dice que son irresponsables, desmotivados, apáticos, inmaduros, etc. Pero el hecho es que los niños aprenden a tomar buenas decisiones al tomar decisiones, no al seguir instrucciones.
Por el contrario, los estudiantes que no tienen casi nada que decir sobre lo que sucede en clase es más probable que monten lío, desconecten, se agoten o simplemente abandonen. De nuevo, hace falta valor para enfrentar el hecho de que estas circunstancias están relacionadas con lo que hacemos o no hacemos. Y lo mismo puede decirse de mi punto principal en este ensayo: la falta de oportunidad para tomar decisiones puede manifestarse en la falta de interés en la lectura y la escritura. Si ese fuera nuestro objetivo, la mejor estrategia podría ser ejecutar un aula tradicional centrada en el profesor y dirigida por él.
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Alfie Kohn es un reputado escritor y conferenciante sobre temas del comportamiento humano, la educación y la crianza de los hijos. Es el autor de 14 libros y de numerosos artículos y ensayos, y ha sido reconocido como una de las personas más críticas del actual sistema escolar. Se puede contactar en www.alfiekohn.org.
Documentos de Alfie Kohn publicados en Crianza Natural