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Rosa Sorribas
Publicado el martes, 09 de junio de 2015 en Educación y crianza
En el capítulo de La perspectiva del niño del libro Crianza Incondicional, podemos encontrar este fragmento: "Un grupo de investigadores holandeses pasó un tiempo con 125 familias, entrevistando a los padres y observándolos mientras jugaban con sus hijo de entre seis y doce años. Resultó que uno de los factores más importantes para predecir la calidad de la crianza era lo bien que parecían comprender los intereses y necesidades propios de sus hijos, y si estaban dispuestos a considerar esa perspectiva como distinta de la suya.
En 1997, cuando se publicó ese estudio, casualmente otras dos revistas publicaron informes sobre el mismo tema. Uno reveló que los padres canadienses más capaces de "percibir los verdaderos pensamientos y sentimientos de sus hijos (adolescentes) durante un desacuerdo" solían tener menos conflictos con ellos o, al menos, el desenlace de los conflictos era más satisfactorio. El otro estudio, centrado en familias estadounidenses con niños pequeños, reveló que los padres "capaces de adoptar el punto de vista del niño" eran, como resultado, más sensibles a las necesidades de sus hijos. A su vez, esa mayor sensibilidad hacía más probable que los niños adoptaran los valores de sus padres y respondieran de forma más positiva a sus peticiones.
Así, con niños de dos a quince años y en tres países diferentes, se ha podido confirmar que intentar ver las cosas desde el punto de vista de los hijos realmente ayuda a los padres. Hay pocas cosas que puedan igualar el impacto positivo de intentar imaginar cómo nuestros hijos experimentan nuestras palabras y acciones. De hecho, las ventajas son tres:
El problema radica en que a mucha gente le resulta difícil practicar la apreciación de la perspectiva. Cuando un bebé llora, la mayoría de nosotros trata de descubrir qué le molesta. Pero es probable que estemos menos dispuestos a entrar con la imaginación en el mundo de un niño mayor que grita y patalea. En este caso, nuestro primer impulso puede consistir en culpar o controlar en vez de comprender. Paradójicamente, las situaciones en las que tenemos menos probabilidades de practicar la apreciación de la perspectiva son aquellas en las que resulta mucho más importante hacerlo. Si no puedes deshacerte de tu punto de vista, entonces te será más difícil escuchar, reconocer que existe otra forma legítima de comprender lo que está pasando o descubrir el modo en que la batalla que está a punto de estallar podría haberse evitado. Cuanto más permanezcas atrapado en tu propia perspectiva, más tentado estarás de recurrir a la coerción… y peor se pondrán las cosas.
La falta de apreciación de la perspectiva por parte de los padres adopta muchas formas. La más preocupante de todas puede parecerse (o dar lugar) a un rechazo total a lo que sienten los niños o a un intento por imponer nuestra experiencia por encima de la suya (como el clásico "Tengo frío. Ve a ponerte un jersey"). Otra más común consiste, simplemente, en dejar de apreciar lo diferentes que son sus mundos y sus preocupaciones de los nuestros. Cuando mi hija tenía cinco años, un día me describió con bastante detalle lo mucho que le preocupaba la posibilidad de que, en caso de ponerse un disfraz con capucha el día de Halloween (para el que aún faltaban meses), no pudiera ver lo suficientemente bien a través de los agujeros para los ojos, lo que le impediría asegurarse de no comer por error alguna golosina que no le gustara.
Lo último que necesita un niño es que le digamos que sus preocupaciones son tonterías, especialmente cuando está sollozando. Según nuestra forma de pensar, a menudo los niños lloran por nada, pero para ellos jamás son nimiedades; lo que les provocó el arrebato les importa mucho.
Para nosotros, la rabieta del niño es exasperante y, si estamos en público, avergonzante, pero parecemos olvidar que esa experiencia puede ser angustiante, y no solo molesta, para el niño. Por supuesto, es difícil ser padre o madre. Pero ser niño puede resultar incluso más difícil."
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