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Edurne Estévez Bernal
Publicado el viernes, 23 de septiembre de 2016 en Genéricos
Llamamos conciliación laboral y familiar a “la participación equilibrada entre mujeres y hombres en la vida familiar y en el mercado de trabajo, conseguida a través de la reestructuración y reorganización de los sistemas laboral, educativo y de recursos sociales, con el fin de introducir la igualdad de oportunidades en el empleo, variar los roles y estereotipos tradicionales, y cubrir las necesidades de atención y cuidado a personas dependientes”. Pero, en realidad, ¿existe la conciliación familiar en nuestro entorno?
Lo cierto es que actualmente las labores de cuidado recaen de manera mayoritaria sobre la mujer, y no únicamente las definidas por su rol biológico (embarazo, parto, posparto, lactancia, cuidado del bebé durante la exterogestación y más, como figura de apego primaria). También el cuidado de nuestros mayores está desempeñado en su mayoría por mujeres.
Centrándonos en el cuidado de los hijos, nos encontramos con cortísimos permisos maternales tras el nacimiento. Pese a que la OMS, UNICEF, AEPED y otros organismos recomiendan la lactancia materna exclusiva durante los seis primeros meses de vida, en España el descanso maternal es de unas escasas 16 semanas. ¿Puede una madre seguir amamantando en exclusiva si ha de incorporarse al trabajo remunerado? Sí, puede. Pero indudablemente será más complicado, necesitará información y apoyo, y no todas dispondrán de ambas cosas. Es un hecho que las tasas de lactancia materna caen dramáticamente pasada la fecha de reincorporación laboral.
¿Y qué pasa con ellos? Quince días de permiso por paternidad y vuelta al trabajo, mientras la madre se queda sola con el bebé sin que, en muchos casos, se haya recuperando físicamente del parto. Qué menos que poder permanecer en familia hasta pasada la llamada cuarentena, que no son más que seis semanas, pero seis semanas en las que poder sostener a tiempo completo a la diada madre-bebé. Ninguna madre debería pasar ese tiempo en soledad.
Pero, además de todo esto, no podemos tampoco cerrar los ojos a una realidad en la que estamos inmersos: la mayor parte de empresas del país son pequeñas y medianas. Empresas familiares o microempresas para las que, en muchos casos, un descanso maternal por parte de una de las pocas empleadas puede suponer un auténtico descalabro. Si ya se juntan o superponen varios, más aún. Es obvio que quien pierde en esta realidad que comentamos son siempre los mismos: madres y bebés. Quizás sea el momento de plantear un verdadero compromiso por parte del Estado que desahogue a la pequeña empresa de las cargas que puede suponer un descanso maternal en condiciones. No vamos a detallar ahora las partidas “inútiles” (o casi) a las que se destinan fondos públicos, pero tal vez haya que pensar seriamente que estaríamos invirtiendo en futuro. En nuestro futuro.
Alrededor del descanso maternal nos encontramos con otra casuística. ¿Quién no conoce a alguna madre que dice estar deseando finalizar las 16 semanas para reincorporarse al trabajo? Pudiera parecer que esa ansia viva por volver al mundo laboral solo proviniese de profesionales liberales, mujeres con ocupaciones interesantes y motivadoras. Pero no. En muchas ocasiones, ese deseo es manifestado por madres recientes con trabajos rutinarios, quizás incluso mal pagados, pero que anhelan regresar a su puesto para “escapar”. Escapar de un bebé que reclama, incansable. De una pareja que quizás no comprende el agotamiento materno porque “al fin y al cabo, te pasas el día con el bebé, sin más”, y que puede también reclamar su “parte” de cuidados. Escapar de no tener tiempo ni para ducharse, ni para comer usando ambas manos, ni apenas para las necesidades fisiológicas más acuciantes.
¿Qué nos sucede entonces? ¿Queremos descansos maternales más amplios o no? Tras el nacimiento de nuestros hijos, nos damos de bruces con la realidad: en muchísimos casos, estamos solas en la crianza. La mayor parte del día, mientras la pareja sale, realiza su jornada laboral, se relaciona y regresa, la madre permanece en casa, o quizás de paseo, con un bebé que ocupa absolutamente todo su tiempo. Sin posibilidad de válvula de escape, con el peso de la responsabilidad de su cuidado, sin sostén, sola. Sin alguien cercano con quien poder compartir dudas, desahogos, penas o alegrías. Sin tribu. No es de extrañar, por tanto, que tantas mujeres deseen volver a la rutina que transitaban antes de la llegada de su bebé.
Mención aparte merecen los grupos de apoyo, que afortunadamente tanto han proliferado en los últimos años. Quizás no disponemos de esa tribu que podíamos tener antaño, pero los grupos de madres se perfilan como una herramienta muy útil tanto para compartir experiencias como para sentirse escuchada, comprendida y apoyada. Comunicación entre iguales, horizontal, de madre a madre, para suplir en lo posible la falta de comunidad más cercana.
Como ya señaló el Dr. Anthony Costello, los grupos de madres consiguen reducir la mortalidad neonatal, algo que es especialmente patente en zonas en vías de desarrollo, pero cuyos resultados perfectamente podrían extrapolarse a nuestro entorno. No en vano, en 2013 dos enfermeras y dos pediatras del centro de salud Fuente de San Luis, en Valencia, presentaron un estudio (página 4) en el que se observaba que los niños y niñas cuyas madres acudían a un taller de lactancia realizaban la mitad de visitas al pediatra que aquellos cuyas madres no acudían a un grupo similar. Madres con más autoestima, más seguras de sus cuidados y capacidades, así como bebés más sanos por recibir más tiempo de lactancia materna, podrían ser las claves. Nuevamente aparecen los grupos, la tribu, la comunidad.
No solamente está el tema de los descansos maternales/paternales. Durante el resto de la crianza, ¿qué hacer cuando uno de nuestros hijos o hijas enferma? Puentes, vacaciones escolares, días no lectivos, horarios de la escuela incompatibles con los horarios laborales de los progenitores. Las familias que no tienen cerca un apoyo, llámese abuelos y abuelas, tíos, tías, se verán muchas veces en la necesidad de contar con una persona externa que pueda encargarse del cuidado de los menores cuando no les sea posible. No podemos perder de vista tampoco a las familias monoparentales o monomarentales, ya sea por elección, por separación, u otras causas. En todos estos casos rodearse de un grupo de soporte, de una tribu, es aún más importante.
Y además están los juicios. Se juzga a la que desea volver al trabajo cuanto antes. Se juzga a la que pide una excedencia para cuidar de su criatura. Se juzga a quien deja su puesto de trabajo tras su maternidad. Se cuestiona al padre que toma su permiso por paternidad o a aquel que pide una reducción de jornada para ocuparse de sus hijos e hijas. Tal vez abandonar la costumbre de juzgar las decisiones ajenas abonase el camino para un apoyo verdadero a la maternidad y paternidad.
Tema complicado el de la conciliación... con muchos frentes abiertos y mucho por cambiar.
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