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Edurne Estévez Bernal
Publicado el miércoles, 15 de junio de 2016 en Genéricos
El 20 de junio se celebra el día internacional de las personas refugiadas. Pero, ¿por qué les llamamos “refugiados” si no somos capaces de darles eso, un refugio, un lugar digno donde vivir tras escapar de la guerra, la miseria, el hambre o la persecución? Día tras día, aunque cada vez menos, nuestras pantallas se llenan de imágenes de precarios campamentos plagados de tiendas de campaña, niños desgreñados, desorden y suciedad. Campamentos que se anegan día sí y día también con la lluvia incesante, que se agostan bajo el sol implacable, llenándose de moscas y mosquitos. Bebés que han de vivir sus primeras horas, días, semanas y quién sabe hasta cuándo en estas condiciones deplorables. ¡Ya basta! ¿Dónde hemos perdido la humanidad?
Mientras, al otro lado de la pantalla, la población se debate entre dos frentes: quienes temen que con la avalancha de personas migrantes se les robe parte de su bienestar, o que incluso se trate de una especie de tapadera para introducir terroristas en nuestra vetusta Europa, y quienes impotentes desde el sofá se remueven y alternan entre la pena y la vergüenza. Vergüenza de esta Europa que cierra sus fronteras olvidando que hoy son ellos, pero ayer fuimos nosotros. Olvidando que nadie deja por gusto su vida, sus familiares o sus raíces, para embarcarse en una travesía de dudoso final.
Mujeres embarazadas en campos de refugiados que cada vez se parecen más a campos de concentración, que gestan y paren en el paraíso de la violencia obstétrica, violencia de género de primer orden con el peso añadido de la discriminación por ser pobre y por ser mujer. Quizás no lo hayas leído, pero relatos como este ponen los pelos de punta, provocando a partes iguales tristeza, indignación, rabia e impotencia. ¿Dónde hemos olvidado la más básica decencia?
Las consecuencias de la llamada “crisis de los refugiados” son terribles ya sin tener que ir a un futuro lejano. ¿Qué ha pasado con los 10.000 niños desaparecidos? ¿Cómo pueden “desaparecer” diez mil niños? ¡Diez mil! Día tras día se suceden ante nosotros imágenes estremecedoras, conmovedoras, desoladoras. Niños que no están, pero también niños que desesperados lloran a sus padres, buscan a su familia, vagan aterrados. ¿Quién merece vivir así? No nos damos cuenta de que esos niños y niñas podrían ser los nuestros... Nos diferencia un lugar de nacimiento, un momento histórico. Nada más.
Hablamos de refugiados, con los refugiados sirios en el punto de mira de la actualidad, y quizás no nos demos cuenta de que el mundo olvida pronto y que, de hecho, estamos olvidando a una multitud de personas refugiadas de muchísimos otros países que buscan una vida mejor, que huyen de la guerra, de la persecución por razones religiosas, de género, por su orientación sexual o por sus ideas políticas. ¿Acaso es ético cerrar las puertas a una persona que solamente busca sobrevivir? Idomeni o Lesbos nos quedan lejos, pero no hace falta ir hasta allá. ¿Sabemos lo que ocurre al otro lado de la valla de Melilla? ¿Sabemos lo que ocurre en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE)?
Al otro lado de un Mediterráneo que ya es una enorme tumba, ¿cuántas familias se acuestan sin saber qué le ha ocurrido a su hijo, a su hermano, a su madre? Ni siquiera les dejamos entrar para permitirles identificar los cadáveres de sus seres queridos, en un alarde final de insensibilidad y desprecio por el sentimiento ajeno. A quién le importa, si ellos son Los Nadie, que diría Galeano.
Sin embargo, no podemos cerrar estas líneas sin hacer mención a todos aquellos colectivos y personas de manera individual que, con su esfuerzo y compromiso, llevan algo de humanidad a todo este sinsentido. Lo cierto es que son tantos que nombrar a unos pocos sería desmerecer la labor de muchos. Esas personas que han estado en la orilla de las playas, a pie de campo, rescatando náufragos, acompañando a las mujeres en sus partos, en sus lactancias, en el cuidado de sus bebés. Aquellos y aquellas que distribuyen alimentos y leña para calentarse, que juegan con los niños, que luchan por sacar una sonrisa y hacer más llevadero el tiempo a las puertas de una Europa cerrada a cal y canto. Cuando les dejan. A todos y a todas, muchas gracias.
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