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Publicado el miércoles, 16 de mayo de 2018. Revisado el miércoles, 16 de mayo de 2018.
Autor: Liz Torres Almeida
Tiempo medio de lectura: 10 minutos
Pocas cosas nos dan tanto miedo a las madres y padres como que nuestros hijos sufran abusos o agresiones sexuales. Los datos son como para tenerlo: según la organización Save the Children, solo en España en 2016 se denunciaron más de 4.000 casos. Y estima que el 85% de estas violencias no se denuncian.
Así las cosas, se viralizan numerosas notas con tips sobre prevención que, a mi juicio, son desafortunadas a varios niveles. En general, creo que se suele incidir demasiado en lo genital, pudiendo llevar a que el psiquismo del niño problematice la zona y el placer asociado, así como en consejos superficiales, vacíos o incoherentes que no previenen sino que, como mucho, asustan (como por ejemplo, no hablar con desconocidos cuando lo hacemos continuamente, no fiarse de ellos cuando les dejamos habitualmente con entrenadores, cuidadores, etc).
Hay que tener claro que determinados abusos son imposibles de prevenir en el panorama social actual. Imposibles. A la vista está que el mensaje que recibimos las adultas es que algunas nos lo buscamos, que lo mismo hasta lo disfrutamos, que no es para tanto, que si no tienes sangre es que no te han violado, que pa qué sales, vas y te dejas. Hay quien duda de que este sea el pensar popular, que lo es. Y en cambio no dudan en condenarlo cuando algún desalmado de determinada jerarquía religiosa habla en esos términos de la violencia sexual infantil. Pero resulta que, precisamente por sus características particulares, la violencia sexual contra los niños suele ser menos obvia, y más difícil de detectar y de tratar.
Responde a una cultura de abuso asentada, donde los hombres están por encima de las mujeres, y los mayores están por encima de los niños. Las semillas las plantamos en la infancia, a pesar de que nuestras lecciones de madre digan lo contrario. Con la mejor intención del mundo, transmitimos conceptos que dejan a los niños en una posición vulnerable. Y no se soluciona por decirles que no dejen que nadie les toque la vulva o el pene.
Riesgos reales y herramientas reales frente a historias de terror y desamparo
Todas las personas podemos ser víctimas de la violencia de otro, en cualquier sentido. Es un riesgo real. Otra cosa es vivir en medio de una psicosis colectiva que nos coarte la libertad relativa que tenemos para vivir la existencia con la mayor felicidad posible, objetivo que todos compartimos.
Tengamos muy en cuenta que se estima que el 80% de los casos se dan en el entorno cercano del niño, siendo el agresor un familiar la mitad de las veces. Con un mínimo de sentido común, podemos minimizar el riesgo frente a los peligros del “ahí afuera”. ¿Pero qué pasa de puertas para adentro? Nadie cree tener en su entorno un potencial agresor. Nadie cree conocer ningún pedófilo. Pero la estadística no nos ampara. Además, la mayoría de las violencias no proceden de un pedófilo, sino de un agresor “circunstancial”. Alguien que abusa del niño simplemente porque es más fácil hacerlo, igual que es más fácil abusar de una mujer que está ebria, y no es que los violadores deseen a la mujer ebria como categoría de preferencia erótica. A menudo, ambos tipos de víctima dudan de lo que ha ocurrido y si habrá sido culpa suya, lo que hace más difícil formalizar la denuncia. Afortunadamente tenemos herramientas para minimizar el riesgo del ambiente cercano, ya que tampoco es cuestión de emparanoiarnos cuando no tenemos más remedio que delegar el cuidado de la prole. Por tanto, vale la pena replantearse los datos alarmantes y crear una base familiar de seguridad, que no únicamente previene la violencia sexual sino que conviene para todos los devenires de la vida.
El vínculo entre la criatura y sus tutores es determinante
Según Andrés Conde, director general de Save the Children, los casos de violencia sexual a menores afectan a todas las clases sociales y ocurren por igual a niños y niñas, sobre todo a aquellos más vulnerables, “con baja autoestima, sin la figura de un adulto protector o con discapacidad”.
Considero que hay dos grandes herramientas de prevención y esta es una: el vínculo que tengamos con nuestros hijos. La confianza absoluta. Ser su caballito blanco. Su lugar seguro. Una hija que sabe que tiene libertad, a la vez que un regazo al que acudir, que confía en que podemos ayudarle, que no encuentra en sus padres un tabú vergonzante, es una hija o hijo protegido. Y no se trata de contarlo todo. La intimidad sexual también es esconder. Pero ante una experiencia ambivalente o violenta podrá tener la confianza de acudir y esto es óptimo a dos niveles:
1. Como la mayoría de los casos de abusos se dan en el entorno cercano, es más probable que un posible agresor conozca el vínculo de confianza y se abstenga.
2. El proceder habitual de los agresores sexuales de niños no es corporal ni específicamente violento (quiero decir, que no suelen golpear o dejar marcas). Suele ir en aumento de manera progresiva, por lo que conviene detectarlo cuanto antes. Por ejemplo, detectar antes una exhibición que una caricia, una caria antes que un tocamiento genital explícito, y así sucesivamente. La mejor forma de detección es cuando nuestros hijos nos lo cuentan.
Educación sexual profunda
La otra gran herramienta es la educación sexual. Y con educación sexual no me refiero a dar charlas a los hijos. Me refiero a ofrecerles un ambiente de conocimiento satisfecho y respeto profundo a los cuerpos, a las sexualidades diversas y a las relaciones, de palabra y acto. Por poner dos ejemplos:
Impacto familiar manifiesto
Así como nosotras nos tenemos que reeducar para educar a nuestros hijos, rompiendo los legados tradicionales como el consentimiento invalidado o el enfoque genital, me parece importante saber reaccionar de la mejor manera una vez se ha detectado un abuso o agresión sexual. La verdad que ojalá con estas claves de prevención se erradicaran estos crímenes, pero la prevención no es absoluta. ¿Qué podemos hacer si sospechamos o nuestra hija nos dice que ha sido víctima de un delito sexual? Lo primero, contactar con los profesionales indicados: un terapeuta y un abogado. Pero debemos tener en cuenta que la naturaleza de estas agresiones es delicada y, por tanto, debemos tratar de no revictimizar al menor. No revictimizar es una prevención de las secuelas, una vez cometida la agresión. Como he explicado, muchas veces los niños pueden sentirse culpables de haber facilitado el acto, de haber disfrutado de lo que han interpretado con un hecho afectuoso por parte de un adulto de confianza, y el impacto que manifieste la familia puede aumentar el trauma. Tratemos de apartar al niño de nuestro propia experiencia como tutores de un niño sexualmente agredido. Hagamos también nuestro propio trabajo terapéutico. No se trata de minimizar, se trata de apoyar incondicionalmente a la criatura sin añadirle la carga del sufrimiento generado.
Me gustaría mantener una postura optimista. Tengo la certeza de que una semilla fuerte y positiva en nuestros niños, sostenida en datos reales y no en relatos de terror ancestrales sobre hombres del saco, donde el vínculo sea seguro y la educación no caiga en el tabú, con discursos coherentes de palabra y acto, es la clave para que los niños y niñas, adultos futuros, crezcan en el seno de un cambio cultural que les proteja al máximo de las violencias sexuales (en ambos roles: víctimas y agresores) para poder desarrollarse sexualmente en la dirección profunda y placentera que todos deberíamos poder alcanzar.
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Liz Torres Almeida es psicóloga, sexóloga y madre de dos niños.
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