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Publicado el miércoles, 13 de junio de 2018. Revisado el miércoles, 13 de junio de 2018.
Autor: Liz Torres Almeida
Tiempo medio de lectura: 5 minutos y 30 segundos
En 2017, siete estados de EE.UU. y el Distrito de Columbia legalizaron el cannabis para uso recreativo, a pesar de que el gobierno federal de los EE.UU continúa categorizando el cannabis como una "sustancia controlada de la Lista I". Según esa lista de la DEA (United States Drug Enforcement Administration), el cannabis “no tiene actualmente ningún uso médico aceptado para tratamiento en los Estados Unidos, presenta una ausencia de seguridad aceptable para el uso bajo supervisión médica y tiene un alto potencial adictivo”.
Lo cierto es que se carece de datos concretos sobre el efecto de la exposición al cannabis a corto y largo plazo. Las recomendaciones recientes de varias organizaciones médicas y expertos clínicos difieren en su énfasis, lo que refleja la falta de información científica basada en la evidencia.
Dos artículos incluidos recientemente en Breastfeeding Medicine son muy oportunos y más que bienvenidos ante esta tesitura. Mourth y colaboradores revisaron la literatura incidiendo en la aplicación de la información publicada en cuanto a las decisiones de gestión clínica y plantearon una guía práctica actualizada para los médicos de cabecera que tratan a la díada maternoinfantil. El artículo de Mourth se complementa con la columna de Anderson en Lact Med, que detalla los aspectos farmacocinéticos de la exposición materna al cannabis y el potencial de "ingestión" infantil, ya sea a través de la exposición ambiental secundaria o, principalmente, por el consumo de la leche materna.
En general, las recomendaciones actuales en EE.UU. indican que las madres lactantes no consuman cannabis en absoluto. Sin embargo, la realidad es que, por un lado, existe un uso creciente, extenso y aceptado del cannabis por parte de madres que dan el pecho y, por otro, un aumento de la información sobre los beneficios que la lactancia materna tiene en cuanto a salud y desarrollo. Por lo tanto, en el nuevo abordaje de la ABM (Academy of Breastfeeding Medicine), la solución intermedia es recomendar a las madres continuar con la lactancia y reducir al mínimo posible el consumo de cannabis.
Es importante el análisis de Anderson sobre la farmacocinética del consumo del cannabis, ya que excluye la recomendación de espaciar el tiempo entre el consumo del cannabis y el consumo de la leche (a diferencia de la recomendación con respecto a la ingestión materna de alcohol).
Al contrario de lo que ocurre en el entorno clínico y legal norteamericano, en España las indicaciones son categóricas. E-lactancia clasifica el cannabis como sustancia contraindicada en la lactancia con un riesgo muy alto, con signos demostrados como hipotonía, succión pobre, sedación y retraso psicomotor al año de edad en lactantes expuestos a cannabis a través de la leche materna, así como un incremento del riesgo de muerte súbita.
De igual manera, Ibone Olza, reputada psiquiatra y lactivista, afirma que el cannabis es una de las sustancias más incompatibles con la lactancia: “Hay una abrumadora evidencia de que pasa a la leche a dosis altas, es decir, que se concentra en la leche”. Llega directamente al bebé y a su cerebro, alterando su desarrollo. Puede producir un leve retraso madurativo, que será más obvio conforme el bebé se haga mayor, especialmente al llegar a la adolescencia. Seguramente los bebés que reciben cannabis a través de la leche materna también puedan tener cierta “adicción a la teta”.
En España es impensable que la institución médica dé otras indicaciones que no sean estas, llegando a encontrar casos en que se insta a las madres a tirar la leche durante siete semanas tras el parto (algo que casi asegura el fracaso de la lactancia, siendo realistas), muy por encima de los tres días de riesgo que propone e-lactancia. Llegados a este punto, y suponiendo que la madre haya consumido durante la gestación, también se plantea la conveniencia o no de que el bebé pueda ir deshabituándose de forma progresiva.
El estudio más reciente del que tenemos noticias presenta la posibilidad de que el riesgo asociado al cannabis se deba a la vulnerabilidad mayor de los sistemas familiares consumidores, más que a la exposición en el embarazo o lactancia, algo a tener muy en cuenta. Se trata de un estudio observacional realizado en los Países Bajos, donde el cannabis es legal desde la década de los 70. Dirigido por el Doctor Bolhuis, del departamento de psiquiatría infantil y adolescente del Erasmus Medical Center, Rotterdam, el estudio buscaba encontrar la relación entre consumo de cannabis y psicosis infantil. Después de examinar una muestra de 3.692 niños de 10 años, encontró que el consumo en mujeres consumidoras (incluso teniendo en cuenta, por separado, a aquellas consumidoras antes del embarazo) se relacionaba con los síntomas de psicosis en un 38%. Lo sorprendente fue el resultado estadísticamente similar (ligeramente superior) de la asociación entre el consumo de los padres y la psicosis de los hijos, en un porcentaje del 44%.
Lo que sugiere este resultado, en palabras de los investigadores, es que “las etiologías comunes, más que los mecanismo causales intrauterinos únicos, subyacen en la asociación entre el consumo parental de la droga y los síntomas psicóticos de la descendencia, lo que arroja nueva luz sobre el debate causal del consumo de cannabis en la psicosis” y que, aunque “es muy difícil decir algo sobre la relación causa y efecto en este tipo de análisis observacionales”, los resultados tan similares en cuanto al consumo de padres y madres “descartan el efecto intrauterino del consumo de cannabis en el desarrollo neural del feto”.
Es sumamente difícil, por cuestiones éticas, llevar a cabo investigaciones más precisas en cuanto al tema. Bolhuis apunta también en una importante dirección afín a la línea americana: “Los padres y las madres que usan cannabis no son una selección aleatoria de la población, sino que se caracterizan por puntuaciones más altas de psicopatología y niveles socioeconómicos bajos, y creemos que esas vulnerabilidades, ya sean genéticas o ambientales, pasan a la siguiente generación”.
Por tanto, sería interesante prestar atención a la vulnerabilidad multifactorial del sistema familiar y, dada la incertidumbre, lo más seguro sigue siendo no exponerse al cannabis, plantearse formas de apoyo a las familias consumidoras (examinando el caso individualmente: dosis, presencia de cuidadores secundarios que no consuman, planes de control y seguimiento, etc), puesto que la lactancia artificial también presenta riesgos que sí están muy bien documentados. ¿Es mejor dar teta aunque te fumes un porro que no darla? No es posible, actualmente, dar una respuesta rotunda al dilema.
Fuentes:
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Liz Torres Almeida es psicóloga, sexóloga y madre de dos niños.
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