Si aún no lo has hecho, suscríbete a nuestra web
Publicado el martes, 28 de octubre de 2014. Revisado el martes, 28 de octubre de 2014.
Autor: Olga Carmona
Tiempo medio de lectura: 8 minutos y 5 segundos
Un niño emocionalmente competente, será un adulto realizado. E. Punset.
¿Qué es la comunicación emocional?
Yo la definiría como una comunicación hacia sí mismo y hacia los otros, basada en la identificación, reconocimiento y manejo eficaz de las emociones, siendo la emoción, la energía que nos empuja a vivir y mueve la mayoría de nuestras acciones.
La comunicación es a las relaciones humanas como el aire que respiramos es a vivir; es imposible no comunicarse. Siempre nos estamos comunicando.
La comunicación humana se divide en comunicación verbal y no verbal. La Verbal representa solo un 7% mientras que la No Verbal ostenta el 93 % restante. Y en ese enorme porcentaje se encuentra la comunicación emocional.
Si tenemos en cuenta que el contenido de la comunicación verbal suele ser consciente, mientras que el contenido de la comunicación no verbal forma parte del inconsciente, el hecho de educar en la detección, expresión y control de esta inmensa parte de nosotros mismos nos convierte en personas altamente competentes en todos los planos posibles.
En palabras de Eduard Punset: "Si me preguntan sobre la revolución que se nos viene encima y que nos va a desconcertar a todos, respondería sin vacilar: la irrupción del aprendizaje social y emocional de nuestras vidas cotidianas. Estamos descubriendo que el aprendizaje de la gestión de las emociones es prioritario frente a los contenidos académicos e incluso la adquisición de valores. Es la clave del éxito de los futuros adultos".
¿Para qué sirve?
La inteligencia emocional cambia la química del cerebro y por tanto su estructura.
Los bebés humanos nacen prematuros desde un punto de vista evolutivo, es decir, sin estar listos para ningún tipo de autonomía. Es el recurso que la naturaleza ha encontrado para que nuestro enorme cerebro pueda pasar por el canal de parto y seguir desarrollándose fuera del útero materno mucho tiempo después de haber nacido. Es lo que llamamos la exterogestación, una etapa que dura al menos otros nueve meses más. Es en este periodo cuando el cerebro humano genera la mayor cantidad de neuronas y de conexiones neuronales (sinapsis), que alcanza su máximo alrededor de los cuatros años. Hoy sabemos que las emociones sentidas durante este periodo marcarán una huella en nuestro cerebro que, a lo largo de la vida, se convertirá en tendencia. Es decir, un cerebro inundado de emociones negativas como el desamparo o la indefensión, tendrá como resultado un adulto cuyo estado de ánimo base, su estructura de personalidad, tenderá a volver a sentir las emociones que le son familiares, las primeras grabadas en su registro neuronal. Desde el minuto cero estamos influyendo de forma determinante (valga la paradoja) en la personalidad de nuestros hijos. Incluso desde antes del nacimiento ya estamos enviando mensajes emocionales al niño por nacer. Después, es la comunicación emocional la que impera, puesto que aún no hay lenguaje. El bebé se maneja y comunica emociones puras que, en función de nuestra inteligencia emocional, interpretaremos de una manera positiva o no.
Por tanto, si tenemos esta consciencia, debemos también asumir la responsabilidad que de ello se deriva. Educar desde la base es educar emocionalmente, es darles unas herramientas que son la llave maestra para abrir (o cerrar) las puertas que necesiten en su trayectoria vital.
A nivel más concreto, la inteligencia y la comunicación emocional sirven para prevenir multitud de enfermedades, ya que hoy está afortunadamente demostrado por la ciencia que las emociones influyen en nuestro sistema inmunológico para bien o para mal (es decir, para deprimirlo o para fortalecerlo). También sabemos que aumenta de forma significativa el coeficiente intelectual y el rendimiento académico, incrementa la motivación, optimiza las relaciones con otras personas, cambia la visión del mundo, aumenta el umbral de tolerancia a la frustración, estimula la capacidad de resiliencia, desarrolla la habilidad para la resolución de conflictos y para la toma de decisiones y, en definitiva, enseña a fluir.
De forma muy gráfica, y para poder comprender la magnitud del concepto, hoy sabemos que las emociones son la base de la curiosidad y de la atención. Por tanto, de la gestión que hagamos de ellas dependerá que se faciliten todo tipo de aprendizajes, la memoria y el conocimiento.
Un niño con un alto coeficiente intelectual pero un pésimo manejo emocional, es más que probable que fracase también académicamente, mientras que un niño con un CI más modesto pero emocionalmente inteligente, aumenta poderosamente su competencia en todos los ámbitos vitales, incluyendo el académico.
¿Cómo podemos favorecer este lenguaje con nuestros hijos?
Básicamente cambiando el paradigma educativo y de crianza: desechemos el modelo obsoleto e ineficaz del premio y el castigo, y apostemos por un modelo de crianza basado en la identificación de las emociones y su reconocimiento, educando en la empatía, ayudando a nuestros hijos a modularlas y convirtiendo el lenguaje emocional en lenguaje cotidiano.
El modelo premio-castigo es un modificador de conducta a corto plazo que sitúa siempre el estímulo fuera de nosotros. Este modelo nos convierte en sujetos siempre vulnerables al reconocimiento externo, a la opinión ajena, a satisfacer expectativas, a evitar la reprimenda. Actuamos movidos por los hilos que mueven otros. Cuando educamos en un modelo regido por la empatía, por la coherencia y por el autoconocimiento estamos cimentando las bases de la cooperación y el desarrollo personal, que a mi entender son las que dan sentido a este concepto tan manido y frivolizado que llamamos felicidad.
El clima familiar no debe negar las emociones, sino reconocerlas y aceptarlas. Podemos sentir cualquier cosa, pero no actuar de cualquier forma. Es decir, soy libre de "odiar" a mi hermanito recién nacido, pero no puedo hacerle daño.
Darle reconocimiento a una emoción negativa es canalizarla. Si no dejamos ese espacio, el niño la tratará de ocultar y más tarde aparecerá de alguna u otra forma con conductas que son destructivas o inadaptadas.
La escucha activa es imprescindible. Se trata de estar presente sin juzgar. Es lo que yo hago con mis pacientes: no juzgo lo que dicen o hacen, sino que intento saber porqué lo hacen, qué emoción está detrás, que están intentando comunicar con ello. El juicio no nos aporta ningún tipo de aprendizaje. Además, no somos los jueces de nuestros hijos porque parto de la base de que los niños son esencialmente buenos. Por tanto, mi labor como madre y educadora consiste en escuchar de la forma más limpia y neutra posible para poder leer entre líneas y saber descifrar el "mensaje emocional".
Cada ser humano se expresa emocionalmente de forma diferente. Los niños no son distintos; algunos lo harán con un mayor nivel de actividad física, otros a través del llanto, otros mediante la palabra y otros con la necesidad de piel. El reconocimiento de su emoción, expresado de todas las formas que necesite, es básico para canalizar y dar lugar a lo que estén sintiendo.
Tal y como hemos venido haciendo con absoluta naturalidad desde que nació diciéndole el nombre de las personas y de los objetos, también hay que ayudarle a "nombrar" la emoción, ya que identificar es el primer paso para reconocer qué es lo que siento. A partir de ahí, iremos aprendiendo poco a poco qué hacer con ello.
Desarrollar la capacidad empática
Si soy capaz de identificar mis emociones, también soy capaz de saber qué sienten los demás. Y esto me convierte en un ser humano con una visión del mundo más cooperativa, más humilde y mucho más sabia.
"Las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista." (Mahatma Gandhi)
Y una vez que el niño ha aprendido a identificar y nombrar lo que siente, podemos ayudarle a entender qué fue lo que le hizo sentir así y, si es negativo, irle dotando de herramientas de afrontamiento, de fuentes de resiliencia.
Y, ahora viene lo mejor, para poder enseñar un idioma hay que conocerlo, ¿verdad? Pues si queremos enseñar a nuestros hijos a gestionar y comunicar emociones tendremos que saber nosotros primero. En esto no hay recetas magistrales, yo me atrevería simplemente a sugerir dos o tres ideas:
© 2003-2023. Crianza Natural, S.L. Todos los derechos reservados. Este documento no puede ser reproducido por ningún medio, total o parcialmente, sin autorización expresa de Crianza Natural, y, en su caso, de los autores y traductores.
Olga F. Carmona es Psicóloga Clínica, experta en Psicopatología Infantil y Adolescente y Psicoterapia Focal. Mas información en http://www.psicologiaceibe.com
Documentos de Olga Carmona publicados en Crianza Natural