Si aún no lo has hecho, suscríbete a nuestra web
Publicado el sábado, 29 de octubre de 2016. Revisado el viernes, 24 de abril de 2020.
Autor: Rosa Sorribas
Tiempo medio de lectura: 4 minutos y 49 segundos
El 10 de julio de 2006 fue un día que no olvidaré nunca. Tenía 41 años, una vida maravillosa, con un marido fantástico, dos hijas preciosas, un trabajo que me gustaba, una vida feliz. Pero hacía unos meses que sangraba demasiado y que las reglas eran muy largas y frecuentes. Tenía mucho trabajo y lo achaqué al estrés. Entre una hija mayor de 4 años, otra pequeña de 19 meses y la empresa, la verdad es que no me daba tiempo a relajarme mucho. Mi hija pequeña siempre ha tenido muy claro lo que quiere y, en general, siempre lo consigue. Tiene un tesón fuera de lo común.
Desde el nacimiento de la mayor estuve muy involucrada en grupos de lactancia, como La liga de la Leche Catalunya, Alba Lactancia Materna o Areola, entre otros. A la mayor le di el pecho hasta los 2 años y medio, y a la pequeña pensaba darle hasta que quisiera, claro... ¿o no? Porque ese caluroso día de verano, el médico del hospital de Vall d'Hebrón me dijo que tenía cáncer. Tenía un tumor del tamaño de un melocotón en el cuello del útero. Todo fue muy rápido: las pruebas, la operación para extraerme unos ganglios para saber si había metástasis, la planificación de la quimioterapia y la radioterapia.
¿Y la lactancia? Hablé con Carlos González y con Luis Ruiz, y este último se puso en contacto con la empresa farmacéutica que fabricaba el medicamento de la quimioterapia para saber si era compatible con la lactancia. Yo también investigué por mi cuenta, y cuál fue mi sorpresa que el ejemplo elegido para demostrar una aplicación comercial de compatibilidad entre lactancia y fármacos ¡era ese producto! Todos los indicios mostraban que sí podía, pero, claro, se trataba de una quimioterapia. Como dijo el ginecólogo oncólogo, que hoy es el jefe de su sección, ¡era un medicamento asesino!
A pesar de que habían algunas pautas a seguir para mantener la lactancia, todos estábamos muy asustados por el efecto que podría tener en mi hija. ¿Os dije que cuando quiere algo de verdad lo consigue, no? Pues su teta era innegociable. Probé de todo: sobornarla, negociar, ponerme mostaza, pimienta, limón, tiritas, con una camiseta ceñida, de todo. Ella luchaba, gritaba sin parar, me destrozaba el corazón, y el tímpano. Hablé con mucha gente. Investigué sobre destete, pero nadie explicaba cómo hacerlo cuando ninguno de los dos quería. Teníamos que pasar nuestro duelo, pero mi hija no quería.
Lo consulté con Rosa Jové: ¿cómo podía hacer un destete respetuoso? Sí que era cierto que "ya" le había dado más que la media y que el contacto, el amor y el cariño no necesitaban de una transferencia de leche. Pero Sara quería su pecho y su leche. En algún momento me sentí tetas con piernas, brazos y cabeza, pero no estaba segura de si eso era un problema. Al final decidí seguir las pautas. Al fin y al cabo, mi hija ya tenía 20 meses y podía destetarla parcialmente durante dos días a la semana, justo tras la quimioterapia. Mis padres se llevaban a las dos niñas y así yo descansaba del chute de la quimioterapia. Cuando mi pequeña regresaba se abalanzaba contra mi pecho y yo lloraba. Lloraba porque no sabía si podría celebrar las Navidades con ellas, si las vería crecer, si esa toma sería la última porque me tenían que cambiar el medicamento. Lloraba porque mi cuerpo no era un simple amasijo de células donde se escondían células cancerígenas, sino que era capaz de dar cobijo y alimento a mi hija, y de generar algo tan precioso y maravilloso como la leche. Necesité mucha ayuda por parte de mi familia, por supuesto. Un tratamiento tan duro lo requiere. La lactancia facilitó que me sintiera mejor, pero todo fue muy duro.
Cuando empecé el tratamiento me saqué sangre y leche justo antes, a la hora y a las dos, seis, doce y veinticuatro horas siguientes. La idea era que pudieran analizar el paso del medicamento a la leche y la sangre. Desgraciadamente, al departamento de investigación del hospital no le interesó y lo tiraron todo a la basura. Unos meses más tarde, lo comenté con el Dr. Hale, un experto mundial en farmacología y lactancia, y se tiraba de los pelos.
Cuando acabé el tratamiento de radioterapia y quimioterapia, vino la braquiterapia, que me hizo estar aislada e inmóvil durante tres días en una celda blindada con unas semillas radioactivas en mi interior. Salí el día que mi hija hizo dos años. Durante todo el tratamiento me sacaba leche para mantener la producción y también para eliminar mejor los tóxicos que entraban por la quimio.
Mi hija continuó con la lactancia hasta los 3 años y medio, hasta cuando ella quiso. Yo quería continuar más tiempo, porque había perdido la funcionalidad de los ovarios y con la lactancia creía que el abismo a la menopausia no sería tan súbito. No sé si hubiera sido distinto, pero fue un inicio a la menopausia bastante suave.
Un año después de haberme diagnosticado el cáncer estaba en Chicago, en el congreso del 50 aniversario de la Liga de la Leche. Conocí a muchas personas que eran y son ídolos para mí. Me animé a sacarme el título de IBCLC y, desde entonces, intento acompañar a muchas madres a conseguir y mantener su lactancia, incluso en situaciones a priori imposibles, como ante un tratamiento por cáncer. Ahora sé que mi hija tiene razón: todo es posible si lo quieres, o casi.
© 2003-2023. Crianza Natural, S.L. Todos los derechos reservados. Este documento no puede ser reproducido por ningún medio, total o parcialmente, sin autorización expresa de Crianza Natural, y, en su caso, de los autores y traductores.
Rosa Sorribas es consultora de lactancia certificada internacional (IBCLC), doula y fundadora de Crianza Natural. Ha impartido cursos y conferencias sobre temas de lactancia, crianza y porteo.
Documentos de Rosa Sorribas publicados en Crianza Natural