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Publicado el jueves, 02 de junio de 2016. Revisado el jueves, 02 de junio de 2016.
Autor: Marta Corominas
Tiempo medio de lectura: 4 minutos y 51 segundos
Tenía doce años y no quería parar de jugar. El cuerpo me cambiaba, pero seguía jugando con muñecas, saltando a la cuerda y haciendo todas las travesuras que podía en la escuela, ¡e incluso a veces más! Y ahí estaba, una mancha roja en mis bragas. Tuve una sensación extraña, entre negación, miedo y vergüenza. Porque todo lo que me habían contado que era ser una mujer, no se parecía en nada a la vida que yo soñaba para mi; la vida de un explorador de países desconocidos, una vida de aventuras entre selvas y montañas. La vida de una niña que corría por las calles de su barrio, que después de la lluvia iba con los amigos a pisar charcos y a la que le encantaba saltar de muy alto en el río y trepar al árbol más alto tan arriba como podía.
Esta es mi historia, que sigue así. Con el tiempo fui aprendiendo que ser mujer no tenía por qué ser eso que me enseñaron las monjas, que hay muchos modos de ser mujer y que todos valen. Con el tiempo fui aprendiendo que la menstruación no es una desgracia, sino una bendición, que me ayuda a ser yo de mil formas distintas, que me permite cambiar en un mundo cambiante, que me saca de la línea recta y me permite moverme en espiral y en líneas infinitas entrelazadas.
Culturamente sentimos vergüenza y miedo, nos escondemos y pensamos que nuestra menstruación es un error, que es una enfermedad. Pero el cuerpo humano, incluyendo el femenino, es perfecto. La naturaleza es perfecta. Ningún cuerpo puede ser un error. Todas estas ideas que tenemos de imperfección e impureza, no están solo en la mente sino que se engarzan en las profundidades del subconsciente, el colectivo y el de cada una.
Las mujeres de nuestra generación disfrutamos de unas mejores oportunidades gracias a las mujeres que nos precedieron y que lucharon por la igualdad. Nuestras hijas, la nueva generación de mujeres y que aún son niñas, tienen la suerte de que nosotras estamos comenzando a hacer este camino de reconocimiento y aceptación del cuerpo, de visibilización del deseo y de la sexualidad femenina, de descubrimiento de la menstruación. Estamos rompiendo tabús que tienen que ver con lo más íntimo y los estamos llevando a la luz pública. Lo estamos hablando, porque lo personal es político. Porque merecemos vivir una vida en la luz.
Pero aún queda mucho camino por recorrer; estamos justo empezando. El conjunto de la sociedad aún nos limita y nos manda mensajes que se contradicen con los de nuestro cuerpo. Nos dicen que aceptemos nuestro cuerpo, pero las tallas son super minis. Se niega la ciclicidad de las mujeres; se nos dicen que vivamos una vida lineal y que nos pongamos un tampax para no dejar de hacer lo mismo de cada día.
La regla no es roja en la publicidad, es azul. Y todas las mujeres tienen el vientre plano y van vestidas de blanco...
Para poder contrarrestar todas estas imágenes que se nos cuelan en el cerebro y todos los tabús arrastrados desde esa historia de Eva y la serpiente, necesitamos que nuestras niñas empiecen a recibir otra información. Y no sirve que la información les llegue solo desde la mente, por lecturas o charlas, aunque ese sea un primer paso muy importante.
A veces se habla de la menstruación en las escuelas, en la asignatura de biología o de educación sexual. Demasiado a menudo se relaciona la menarquía con la entrada al mundo de la sexualidad adulta, y esto no es justo para las niñas que disfrutan de serlo y que no viven un cambio súbito, de un día a otro. Menstruar no solo significa que puedes gestar un hijo o hija.
Ser parte de las mujeres que menstruamos implica entrar a formar parte de un ritmo de la naturaleza que nos viene de nuevo y para el que no estamos preparadas. La menstruación aparece mes tras mes y se convierte en un rito rítmico, en una forma de contar el tiempo y en una forma de ver y vivir un mundo cambiante.
Es por ese motivo que es importante ritualizar de algún modo el cambio de etapa: organizar una celebración íntima o colectiva, inventar un ritual de paso. Las niñas siguen siéndolo, pero poco a poco se van a ir adentrando en los secretos del propio cuerpo.
Una buena forma de entrar a conocer estos “secretos” es desde el juego, la música y el arte. Porque es así como aprendemos las humanas, especialmente las niñas. Y porque es así como conseguimos un conocimiento profundo de lo que nos sucede en el cuerpo: desde el cuerpo. Podemos aprender qué podemos esperar con la menarquía y entender lo que es un ciclo desde la vivencia, y no desde la abstracción.
En nuestro mundo moderno ya no tenemos rituales de paso que nos ayuden a entender de forma simbólica que estamos cambiando de etapa, que estamos creciendo y que nuestras capacidades se amplían. Hasta hace poco la comunión (celebrada sobre todo en mayo) hacía las veces de ritual de paso, y rememoraba en el inconsciente colectivo las fiestas antiguas en las que celebrábamos la primavera, la floración y la fertilidad, donde se honraba a todas las que empezaban a menstruar. El rito de paso a de niña a Mujer Que Menstrua.
Reencontrar un espacio que pueda significar todo esto es importante, porque la manera en que vivimos y habitamos la tierra es, al fin y al cabo, un reflejo de como habitamos y vivimos el propio cuerpo. Y nos va en ello la supervivencia como especie.
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Marta Corominas lleva 32 años menstruando, de los cuales 17 consciente de sus ciclos. Tiene una hija de 12 años y hace unos años vio la necesidad de que las nenas lleguen con una información más allá de la meramente biológica a su primera menstruación. Por eso creó el taller LLUNA CREIXENT (LUNA CRECIENTE), del que tenéis más información en: http://douladelcor.weebly.com/activitats. Además trabaja de doula (www.douladelcor.com), facilita círculos de mujeres y tiendas rojas, y es propietaria de la marca Amb Amore (www.ambamore.com) de cosmética viva, artesana y natural.
Documentos de Marta Corominas publicados en Crianza Natural