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Cómo reducir el estrés en la crianza de niños pequeños

Publicado el lunes, 13 de noviembre de 2017. Revisado el lunes, 13 de noviembre de 2017.
Autor: Liz Torres Almeida
Tiempo medio de lectura: 7 minutos y 14 segundos

Dicen algunas madres que los niños de dos años son los seres más agresivos de la tierra. Entre los psicólogos esta edad se conoce como «la primera adolescencia» o «los terribles dos». Lo cierto es que los niños que rondan los 2 y 3 años plantean algunos desafíos que crispan a los padres, que deben hacer un esfuerzo considerable por aceptar esas pequeñas dificultades que conviven con otras cosas preciosas. Es una edad difícil, pero mágica.

Es la edad de las rabietas, esa en que los niños gritan (mucho), lanzan cosas y comida por los aires, dan patadas, se suben a los muebles, no te dejan dormir por la noche o se levantan tempranísimo. No les importan las rutinas, que ahora toque lavarse los dientes y haya que salir por la puerta antes de las diez. No pueden ver más allá de sus bonitas narices, su psiquismo es egocéntrico; todo es suyo, todo gira en torno a ellos y el resto les da absolutamente igual.

Si no entendemos que su desarrollo psíquico está justo en ese momento (y aunque lo entendamos, porque una cosa es saber y otra es vivir con ello) y que así debe ser para seguir madurando, pensaremos que se están volviendo locos y que nos están volviendo locos a nosotros, y gritaremos socorro porque no es para menos. La frustración puede ser tremenda, nos puede sobrepasar. ¡Solo queremos que paren cinco minutos!

No hay recetas mágicas. Es una etapa más con su principio y su final, necesaria para que aprendan y maduren cerebralmente, pero tal vez puedan tenerse en cuenta algunas cosas a fin de sobrevivir a los retos de esta edad:

Procura comunicarte con calma
Los bebés están programados para tener reacciones impulsivas, intensas y llamativas por puro instinto de supervivencia, de modo que gritar, morder, lanzar o pegar son métodos de comunicación para ellos, que aún no manejan otros más sofisticados. Es instinto, pero el instinto puede superarse en favor de aprender otros modos más adaptativos al medio. Nosotros somos su ejemplo, así que debemos mostrar cada día cómo responder más relajadamente. No perder los nervios es fundamental y, aunque al principio pueda costar, es cuestión de entrenamiento: primero desde nosotros y después enseñándoselo a los peques. Existen algunas técnicas psicológicas que funcionan bien, sobre las que puedes leer o incluso formarte en algún taller. Es el caso del método CNV (Comunicación No Violenta, también conocida como comunicación compasiva o colaborativa). Se basa en que si las personas pueden identificar sus necesidades, las necesidades de los demás y los sentimientos que rodean a estas necesidades, se puede lograr la armonía. En cualquier caso, es cuestión de sentido común. Si logramos no perder los nervios enseñaremos a nuestros hijos que el autocontrol es viable. No lo vas a conseguir el primer día, pero a fuerza de intentarlo se puede mejorar muchísimo.

Reserva un tiempo para ti misma
Si es necesario, recurre al calendario. Algunas veces podemos tener la intención de guardarnos un tiempo para nosotras, pero después la vorágine del día a día nos priva de ello. En cualquier caso, cuidar a niños en esta edad tan revoltosa es muy cansado y puede llegar a ser asfixiante, particularmente a nivel emocional. Un tiempo a solas, haciendo algo que nos guste o no haciendo nada en absoluto, ayuda a desconectar de la fuente de estrés y a estar más lejos de que se nos colme el vaso. ¡Incluso puede que echemos de menos a nuestros niños! Siempre es mejor que echarlos de más, una sensación cruda de admitir pero frecuente. Si te decides por emplear ese tiempo en alguna actividad, procura que no sea muy exigente. Ya habrá tiempo para planes ambiciosos cuando la fuente de estrés que supone la crianza de un «adolescente de dos años» se estabilice.

Intenta no ser demasiado autoritaria
Las órdenes autoritarias encuentran gran resistencia a estas edades. Es más fácil que accedan a cumplir las órdenes si son flexibles, cariñosas o se plantean como un juego, que si nos mostramos duras e intransigentes. Este es el momento clave, porque los bebés más pequeños, con menor autonomía motora e independencia, no presentan grandes retos de comportamiento. Cuando nuestros hijos llegan a esta edad tienen más recursos para «desmontarnos» la vida, y nosotros los vemos ya mayores como para que nos puedan obedecer. Pero no, es la primera vez en su vida que se enfrentan ante una normativa y ante nuestra rigidez. Sobre todo si gritamos, puede desencadenarse lo que se conoce como un mecanismo de «lucha o huída», es decir, o pelear o ponerse en negativa. Esto solo complica las cosas y, además, marca una pauta de comportamiento futura que nos lo va a poner más difícil. No se trata de ser permisiva ni blanda; se trata de limitar con cariño, algo que también mejora con la práctica.

Cuida la relación de apego con tu hijo
En la medida en que un niño se siente escuchado, querido y tenido en cuenta, se porta «mejor» o se estabiliza antes cuando pierde los nervios. Cada díada madre-hijo tiene sus claves de apego: puede ser el momento de leer un cuento o el de echarse la siesta juntos, cuando preparamos la cena o vemos sus dibujos preferidos, cuando jugamos a las construcciones y a las muñecas tirados en la alfombra... Que el mal humor, el estrés o una bronca previa no se traduzcan en ningún rencor absurdo. En eso los peques nos llevan ventaja, ya que siempre están dispuestos a pasar página. Es necesario conservar esos vínculos, pase lo que pase, porque son el mejor remedio para mejorar la situación e, incluso, para que quieran complacernos. Podemos hacer mucho daño si nuestros pequeños sienten que les rechazamos. Conviene hacer todo el esfuerzo necesario para que los momentos de conexión prevalezcan.

Crea un plan de emergencia
Algunos padres encuentran útil crear un plan para los momentos de rabieta. No tiene por qué ser un protocolo inamovible, pero es cierto que muchos niños se sienten más seguros cuando cuentan con alguna rutina simbólica que pueden anticipar. Así, el mundo les resulta menos caótico y más controlable. No a todo el mundo le gusta estandarizar la crianza mediante el uso de técnicas, es cierto. Es bueno que prime el sentido común y el amor inmenso que les tenemos, es decir, que mantengamos la calma, que no les rechacemos, que aguantemos el tirón y que estemos ahí para abrazarlos cuando pase la tormenta. Pero, de cualquier modo, en caso de sentirnos sobrepasadas y demasiado estresadas como para alcanzar ese estado ideal, no está de más probar con alguna estrategia de ayuda. Por poner un ejemplo que últimamente parece estar funcionando a muchas familias, se puede usar «el frasco de la calma», inspirado en la pedagogía de María Montessori. Consiste en usar un tarro lleno de gel y brillantina y concentrarse en su movimiento, con la intención de regular la respiración, desplazar el caos mental y poder rebajar el nivel emocional. El punto de inflexión en esta técnica tan extendida últimamente reside en si es ético o no dirigirla a los niños. Ellos aún no pueden controlar racionalmente las reacciones agresivas, de manera que si las reprimimos el mensaje que enviamos es que son malos y que algo dentro de ellos está mal. Puedes leer el documento sobre por qué no reprimir la agresividad natural del niño. En cualquier caso, los adultos sí podemos usar el frasquito en cuestión o cualquier otra técnica que nos valga en caso de perder los nervios, sea esta elaborada o tan rudimentaria y socorrida como salir al balcón a pegar cuatro gritos. Es cuestión de probar diferentes ideas y adaptarlas a nuestra propia familia: intención, imaginación y, sobre todo, mucho amor.

En definitiva, cuídate y cuídale lo mejor que puedas, sin grandes expectativas, y cada día. Todas hemos llorado al llegar la noche y pensar en cómo superaremos el día siguiente. No todos los días son malos y esta etapa también concluye. La mente racional de tu pequeño se está formando. Es un proceso madurativo, al igual que un día se aprenden a controlar los esfínteres y otro día se aprende a manejar la rabia, a convivir dentro de unos límites acordados o a comunicarnos mejor.

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Sobre Liz Torres Almeida
Liz Torres Almeida es psicóloga, sexóloga y madre de dos niños.

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