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Publicado el miércoles, 05 de diciembre de 2018. Revisado el miércoles, 05 de diciembre de 2018.
Autor: Liz Torres Almeida
Tiempo medio de lectura: 4 minutos y 49 segundos
Si hay un signo que identifiquemos claramente con el goce sexual, a la par que la erección en los hombres, es la lubricación vaginal. Desde las primeras exploraciones a nuestra sexualidad madura en la adolescencia, la lubricación está presente en la excitación y la relación, así que la vinculación psicológica de una cosa y la otra se hace fuerte y la ausencia de la lubricación en otras etapas nos desconcierta y perjudica, tanto a nivel físico por lo obvio como a nivel psicológico.
Muchas madres lactantes nos descubrimos secas por primera vez en el posparto; otras mujeres se encuentran con el problema ya en la menopausia. Otras muchas lo sufren como consecuencia de alguna enfermedad y tratamiento, como es el caso de la quimioterapia o algunos antidepresivos y anticonceptivos hormonales. En este último caso, la sequedad es un indeseable efecto secundario; en las circunstancias amenorreicas naturales es lo normal. En todos los casos podemos hacerle frente para gozar de una vida sexual más favorable.
¿Por qué nos cuesta mojar cuando no tenemos la regla? La secreción vaginal está sujeta a la influencia de las hormonas ováricas que decaen estrepitosamente cuando no estamos en disposición de reproducirnos, ya sea por edad o por estar criando a un cachorrito indefenso que precisa de toda nuestra atención para sobrevivir al entorno tradicionalmente hostil que suponía la naturaleza en nuestros inicios como especie. Si no estábamos por la reproducción, poco importaba el fornicio. Ahora que hemos trascendido al mandato biológico y que hacemos del placer sexual una buena fuente de satisfacción vital, nos parece mucho más importante. Y como conviene, no nos conformamos.
Cuando los niveles de estrógenos caen, el epitelio vaginal se encoge, se vuelve más rígido, se pierde la lubricación y aparecen problemas como irritación o picazón de la pared vaginal o dolor durante el coito, además de favorecerse algunas infecciones por culpa de la propensión a las lesiones cuando la hidratación no es la adecuada y por el aumento del pH vaginal. Este cuadro se conoce con el horroroso nombre de atrofia vaginal. Acabada la lactancia o los tratamientos que provoquen la atrofia, los estrógenos y la vagina vuelven a la normalidad. En el caso de la menopausia parece empeorar con el paso del tiempo, ya que el nivel hormonal se mantiene bajo.
La aproximación terapéutica a estos problemas, especialmente durante la menopausia, ha sido la terapia de reemplazo hormonal. Sin embargo, en los últimos años y debido a los efectos secundarios, se tiene por bueno que no conviene, al menos para el tema que nos ocupa. La sequedad vaginal y su repercusión en la calidad de vida de la mujer pueden resolverse de forma inocua para la salud. Por desgracia, aún es un tema tabú en las consultas; los sanitarios preguntan poco y las mujeres consultan poco. Así, el problema se perpetúa y puede acabar suponiendo un perjuicio importante para la calidad de la vida sexual de la mujer y la pareja.
En primer lugar, la medida es atajar la cuestión principal y tangible: no mojar. Luego la solución es remojar. La hidratación vaginal, además de facilitar el coito o cualquier otra introducción vaginal, es necesaria para mantener una fisiología adecuada del órgano. No es lo mismo un hidratante íntimo que un lubricante. El lubricante tiene como objetivo facilitar la introducción lúdica de cosas en la vagina, penes incluidos, así que está pensado para usarse en esas circunstancias puntuales y pueden ser desde preparados comerciales hasta aceites naturales (mucho cuidado al usar preservativos; en ese caso utilizaremos siempre un lubricante compatible, es decir, de base agua o silicona). El hidratante, por su parte, establece de rutina la condición ideal del órgano. Esto es, mantener la hidratación de la piel íntima, respetando el pH ácido y favoreciendo la salud de la zona incorporando propiedades antibacterianas. Distintos estudios avalan la eficacia de los geles que contienen ácido hialurónico y ácido láctico, tanto para la prevención como para la reparación del tejido dañado. En muchas clínicas, de hecho, se están incorporando tratamientos antiedad vaginales basados en la infiltración de ácido hialurónico.
Si la vagina no está en condiciones de hidratación y lubricación adecuadas, la penetración puede resultar dolorosa y provocar lesiones. Mientras no resolvamos la sequedad como tal es mejor no practicar penetraciones. Una vez hayamos dado con la rutina que nos permita acondicionar físicamente la zona no hay ningún problema para retomar las prácticas que incluyan penetraciones, es más, éstas favorecen la irrigación y la elasticidad de la zona, así que juegan a nuestro favor. No solo las penetraciones, si no que toda relación o masturbación mejora los síntomas. Sin embargo, si hemos tardado en buscar soluciones podemos no tener ninguna gana ante la perspectiva de dolor, o simplemente puede que no tengamos demasiado deseo por la misma circunstancia hormonal. En ese caso, lo mejor es evitar la penetración y disfrutar de la sexualidad, si se quiere, de las otras múltiples formas que nos ofrece nuestro cuerpo y otros cuerpos.
Fuentes:
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Liz Torres Almeida es psicóloga, sexóloga y madre de dos niños.
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